Tierra de nadie

Rumbo a la huelga general

Algo de leyenda hay, pero en tiempos de la UCD no era tan sencillo ser uno de los negociadores de los acuerdos entre sindicatos y empresarios. Se exigía básicamente una gran resistencia física, especialmente si el representante del Gobierno era el vicepresidente Fernando Abril Martorell, que bien podía abandonar la reunión con cualquier excusa, dar la orden de encerrar bajo llave a sus interlocutores y volver al día siguiente, duchado y bien dormido, para ver si dentro quedaba alguien vivo y con ganas de seguir la pelea.

La reunión que terminaba sin acuerdo en la madrugada de ayer en el Ministerio de Trabajo tuvo algo de la liturgia de esas negociaciones de culo de acero. Hasta ahí los parecidos. El acuerdo no podía ser y además era imposible, porque cuando sólo es una de las partes la que debe hacer los sacrificios da igual la imposición o el pacto, ya que el resultado permanece invariable. Los empresarios lo han querido todo y es muy probable que el Gobierno se lo conceda.

Con lo que ayer se puso sobre la mesa y derivado de la universalización del contrato de fomento, no habrá despido que tenga para las empresas un coste superior a los 25 días por año, ya que ocho días los subvencionará el Fogasa. Pero es que atar las manos del juez para determinar si los despidos obedecen o no a causas económicas por el mero hecho de que las empresas den pérdidas o aparenten darlas, generalizará las indemnizaciones de 20 días, incluso para los actuales contratos indefinidos. Si, además de todo ello, se facilitan las condiciones para que una empresa pueda descolgarse del convenio colectivo y librarse así de cumplir los aumentos salariales pactados, bastará una buena ingeniería contable para despedir barato y rebajar el sueldo a los que aún sigan en plantilla, a los que se podrá alterar también y de manera sustancial sus condiciones de trabajo.

En otras circunstancias hubiera habido arreglo. Los sindicatos estaban dispuestos a hacer concesiones para escapar del callejón de la huelga general, y a Díaz Ferrán se le suponía feliz porque, al parecer, ha encontrado a un primo para que se haga cargo de Viajes Marsans. El problema es que la reforma ya venía cantada desde Bruselas y a los empresarios les gustaba la letra y hasta la música. Nada ganaban con tararear una pieza distinta.

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