Sí, todos los hombres

Probablemente ya han visto el vídeo que corre por las redes desde la semana pasada. Unos tipos ocupan el andén de una estación en Alemania. Un grupo de chicas corren hacia el tren que ellos acaban de abandonar. Ellos comienzan a asustarlas e incluso a ponerles las ruedas de sus bicis como obstáculos, hasta que una de ellas tropieza y cae a las vías, bajo el tren.

La rabia que nos inunda a las mujeres al ver esto no puede entenderla ningún hombre, porque esta es la forma en la que crecimos todas, este es el mundo en el que vivimos nosotras: un mundo donde ellos, da igual la edad que tengan, saben que cualquier espacio les pertenece y nosotras somos la otredad.

No conozco a ninguna mujer, a ninguna, que no haya vivido experiencias parecidas (en plural) a lo largo de su vida. No conozco a ninguna chica, ninguna mujer, que no haya sido agredida de una otra forma por un chico, un joven, un adulto... un hombre.

Algunas respuestas masculinas típicas no se han hecho esperar tras este vídeo: "Es cuestión de educación", "yo jamás he hecho algo así", etc. Excusatio non petita... Por supuesto que habéis hecho algo así. Molestar a chicas, asustarlas de una u otra manera, llamar su atención por la calle solo para haceros visibles, hablar e incomodar a extrañas, especialmente cuando vais en grupo; es el comportamiento más común que puede presenciar  cualquiera a poco que pise la calle. Puede que ahora ya no lo hagas, puede incluso que hayas sido tan tímido, que este comportamiento lo conozcas solo porque eran tus amigos quienes lo hacían o lo hacen, pero incluso aunque jamás hayas violentado a una mujer -que eso lo tendrían que decir todas las mujeres a las que te has cruzado en tu vida, no tú-, has sido cómplice incontables veces. Y disculpen si no saco a relucir el #NotAllMen, pero es que una ya está cansada de que todo gire en torno a los hombres y su protección, harta de cuidarlos hasta con el lenguaje que usamos para denunciar estas dinámicas.

Sí, todos los hombres. Sí, en todos sitios. Que estas imágenes son de Irlanda, pero me han reflotado decenas de situaciones parecidas desde que tengo uso de razón. La de cuando un anciano me metió la mano bajo la falda volviendo del colegio. La de cuando tenía 15 años y me apuntaron con una pistola de plástico que simulaba ser real y me gritaron "PUM, PUM, PUM". La de cuando me rodearon, a mí y a mis amigas, entre varios adolescentes que nunca habíamos visto, a pleno día, y nos tiraron las carpetas y los apuntes al suelo y luego los pisaron. La de cuando me tiraron de la coleta en el autobús y me golpeé la cabeza contra la barra del asiento. La de todas las veces que me han metido mano en el Metro y no he podido no saber cuál de todos ellos había sido. La de cuando un nice guy me llamó puta por no querer salir con él, con lo que él me escuchaba a mí y lo buen tío que era. La de cuando un mierda me ofreció 5.000 pesetas en mi camino al colegio por chupársela (en los 50 metros que había de mi casa al colegio me han pasado tantas cosas que mi memoria, gracias a diosa, no puede retenerlas). La de cuando los amigos de un tipo miraron para otro lado cuando me cruzó la cara por no querer enrollarme con él. La de los padres que reían en la plaza cuando sus hijos nos molestaban constantemente mientras jugábamos a la goma, al teje o simplemente estábamos comiendo pipas sin hacerle daño a nadie. ¿Y saben qué? Jamás, ni una sola de las veces, nadie de su sexo puso fin al comportamiento de esos adolescentes, jóvenes y hombres. Jamás. Solo hubo complicidad.

Esa ira reprimida se va acumulando, y a nosotras, señores, no nos educan para que la liberemos, muy al contrario, los mandatos son claros: no podemos ni meter un grito, porque entonces perderíamos de igual forma; por locas, por histéricas. Así que nos hemos comido cada una de todas estas experiencias, cientos de ellas a lo largo de la vida, cada una de todas nosotras. Sí, todas nosotras. Y sí, habéis sido todos vosotros. La mayoría, por activa, y una pequeña minoría, por pasiva. Porque ustedes se lo han pasado muy bien, y se lo siguen pasando bien, a costa de meter miedo, sustos, agresiones, a costa de tratarnos con el desprecio que hemos tenido siempre presente en nuestras vidas.

Sí, todos los hombres. Antes o después. De adolescentes o de adultos. En la calle o en la casa. Offline y online. A solas y con amigos. Sí, todos vosotros. De ninguna otra manera sería posible que absolutamente todas las mujeres hayamos crecido de esta forma.

Se llama masculinidad, todos la poseen, de muchas formas y tipos, pero la tienen muy adentro. No la tienen en el pene, no sufran, la tienen instalada en su forma de entender de vida, la tienen construida en su ideología. Si quieren cambiar algo, si quieren redimirse, si quieren no volver a ser quienes han sido o quienes todavía son, desaprendan lo aprendido, lean a mujeres, escuchen a feministas, consuman contenidos con perspectiva feminista y cállense. Cállense mucho tiempo.

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