Atended, niñas, que está hablando un hombre de izquierdas

Asistentes a la maniestación en apoyo a las jugadoras de la selección española de fútbol, y en concreto de Jenni Hermoso, en Madrid. EFE/ Mariscal
Asistentes a la maniestación en apoyo a las jugadoras de la selección española de fútbol, y en concreto de Jenni Hermoso, en Madrid. EFE/ Mariscal

La semana pasada, un señor llamado Santiago Alba Rico, en cuya firma aseguraba ser "escritor y filósofo", tuvo a bien escribir un artículo para EL PAÍS  llamado ¿A quién podemos besar?. Sí, amigas, el título no lleva a engaño: promete lo que luego te da. Se trata de un texto donde, una y otra vez, el autor replica lo mismo que estamos hartas de escuchar a raíz del auge del feminismo en general y del caso Rubiales en particular. Él lo llama "¿A quién podemos besar?" pero en realidad lo que se visualiza al leerlo es un señor gritando "A ver si ahora no voy a poder acercarme a las mujeres".

Por ejemplo, el destacado que hace EL PAÍS del artículo-llanto de Alba Rico habla por sí solo:

"Sería muy triste que, a partir del beso ignominioso de Rubiales, en nombre de un feminismo ‘neocon’ acabemos generando un mundo invivible, sin contactos físicos o solo programados".

Por favor, compañeras, dejen de poner tristes a los hombres. ¡Más aún a los que, como él, están en contra del machismo! Está en contrísima porque empieza por ahí mismo su artículo:

"Me preocupa mucho el neomachismo rampante incubado en discursos, instituciones y nuevas militancias, pero no me preocupa menos el tenor de algunas respuestas irreflexivas que le son, en realidad, muy funcionales".

Fíjate si le preocupa al buen hombre el machismo que lo llama "neomachismo" (les pasa a muchos: escucharon este término en 2015, lo incorporaron a sus conversaciones con mujeres sin entenderlo y lo usan en público como sustitución de cualquier machismo). Pues bien, Alba Rico es, como tantísimos otros señores de izquierda, un tipo que no te sorprendería jamás si un día te extiende una tarjetita de presentación que lleva bajo su nombre unas negritas que dijeran "Aliado. Deconstruido. Traidor del patriarcado". Es de esos tipos que -y te lo dicen en un artículo lo mismo en EL PAÍS que en EL SALTO o en Público, porque los señores rojos muy rojos tienen espacios en todos sitios- les da miedo miedo a partes iguales el machismo que el feminismo. Y te lo dice tal cual. Como si quienes defendemos nuestro derecho a la autonomía y al consentimiento tuviéramos las mismas consecuencias que el machismo, que literalmente nos está matando. Lo cierto es que es sonrojante.

Alba Rico, y sigo, quiere tocarnos. Dice que de otra manera el mundo sería invivible. (Les dejo un rato, señoras, para que se echen unas risas). Y continua, grandioso: "ese beso repugnante no puede hacernos olvidar que hay besos no consentidos que (...) garantizan continuidades antropológicas necesarias para la supervivencia social y la libertad sexual". No sé ustedes, pero yo disfruto cuando los machistas intentan jugar la carta de "la ciencia como sea". No puedo evitar imaginarlos en su casa hablando con ChatGPT. "Dame argumentos científicos de las cosas buenas que hace un beso no consentido, por favor, que algo debe de haber".

Alba Rico no quiere que empiece a ser socialmente aceptable que los hombres se besen entre ellos, se toquen, se manoseen, se aprieten los carrillos, se cojan las manos sin permiso. Ni se le ha pasado por la cabeza. Alba Rico, como todos los palmeros de su artículo, quiere que nosotras sigamos siendo las receptoras de sus acciones, incluso cuando estamos gritando globalmente QUE SE ACABÓ. Incluso ahí. Incluso así. Claro, qué importa lo que nosotras queramos, entendedlo a él también. No ha importado nunca, ¿por qué iba a importar ahora?

Obviamente, como cualquier mujer, yo me he tragado millones de besos desde que era una niña muy pequeña. He sufrido ese mundo que es vivible para Santiago Alba Rico. He sentido asco, repulsión y rechazo absoluto desde que era una niña pequeña y rolliza, lo he sentido por todos esos tipos que me han besado, apretado, cogido en brazos... me he quitado durante toda la infancia sus babas de mi cara. He sentido toda la vida, al igual que cualquier mujer, que mi cuerpo no era mío, que no podía zafarme de las necesidades babosas de los demás, que tenía que dejarme pellizcar y besar por gente que incluso no sabía nombrar ni reconocer. Salir corriendo, no dejarme, revolverme o no devolver las babas era "mala educación".

Obviamente he sido niña, adolescente y una jovencita que aprendió a no atreverse a extender la mano en un saludo en vez del beso. Las caras al otro lado cuando hacía eso eran de verdadero corazón roto, como si no poner mi boca al lado de la de un extraño implicase algún rechazo personal hacia él. Imperdonable por mi parte. Como todas, yo también aprendí que ser besada y apretada era la única manera de estar en el mundo. Todas las figuras de autoridad así lo decían, ¿en base a qué iba a seguir resistiéndome yo?

Obviamente, Alba Rico sabe perfectamente que sus argumentos están en precario equilibrio. Ni siquiera se llega a creer lo que escribe cuando habla del islam, del catolicismo (cuántas veces han llamado los hombres "monjas" a las feministas, qué fatiga), de que la policía acabará teniendo que protegernos a todas (te tienes que reír, la policía, dice). No se lo cree pero espera que quien lee sí lo haga. Que sus congéneres se asusten como ratoncillos: "díos mío, ¿seré el siguiente denunciado por acoso?", "¡esto debe parar o caeremos todos!".

Obviamente, mi indignación al leer este artículo fue descomunal. Alba Rico, como todo aquel que lo defienda, no tiene ni idea de qué es ser tocada y besada por manos y babas de toda índole, especialmente de esas que a poco que cumpliste 11 añitos ya comenzaban a tener un doble fondo. En mi caso, ese doble fondo lo tenía incluso un familiar -por suerte- lejano desde que tengo uso de razón, de hecho, mucho más pequeñita que 11 años.

Obviamente, como feminista, capto rápido la manipulación de Alba Rico en su artículo, capto su retorcer palabras intentando llevar razón mientras se cuida de distanciarse de cualquier machista simplón que escriba en La Razón o en el ABC.

Obviamente se trata de otro señor con miedo a los avances del feminismo porque la única mirada de la que es capaz es la suya: la de un hombre blanco heterosexual que  tiene, además, un púlpito pagado en el periódico con más tirada de un país del primer mundo. Púlpito que aprovecha de forma taimada y deshonesta para frenar mejoras en nuestra calidad de vida mientras finge estar validando otros avances del feminismo. Especialmente perverso también el insultar a un "feminismo reaccionario" estadounidense. ¿Cómo se puede ignorar tanto sobre un tema y que te paguen por escribir sobre él? El sistema funciona de lujo, la verdad. Ellos escriben, ellos se dan espacios, ellos se pagan por ocuparlos, ellos permiten cualquier texto.

Este señor, y tantos otros, entienden perfectamente que no queremos acabar con los besos ni las muestras de cariño. Entienden perfectamente lo que pedimos y por qué lo pedimos, es decir, saben que lo que queremos es que no esté bien visto que tipos como ellos puedan tocarnos y besarnos solo porque ellos quieren, mientras nosotras solo sonreímos, mientras nos tragamos el asco vivo. No queremos acabar con los besos, queremos acabar con vuestros besos. Y lo entienden tan bien, que escriben artículos al respecto, tecleando muy enfadados en sus casas que "les pone tristes".

No estás triste, estás cabreado como un mono, Santiago. Y no estás feliz porque hayamos avanzado, Santiago, estás resignado. No es lo mismo. Estás a años luz de frenarnos en nada. Resígnate del todo, porque hace rato que perdiste.

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