Monstruos Perfectos

Yo me guardo la piedra

Seguro que si los camareros del Del Diego madrileño o el propietario del Belvedere barcelonés ven hoy mi página del periódico pensarán, "¿y por qué los demás borrachos salen en grande y a éste le han puesto una foto tan pequeña?" Vamos a ver, ¡un respeto! La foto divina – que me tomó mi marido, por cierto – de la izquierda (la derecha en el caso de este blog) no forma parte de la Vitrina de Bob Pop. No, señores. Es la imagen del autor de esta columna y de los ingeniosos pies de las fotos de un grupo de cantantes a quienes lo último de lo que podemos acusarles es de vender humo; ellos se lo tragan, se lo beben todo y se tornan imposibles.

Ante lo cual yo tendría que llevarme las manos a la cabeza –tras soltar el dry-martini de Hendricks–, avergonzarme de ellos y tacharlos de nefastos ejemplos para la juventud. Algo que me resulta complicado, porque entre mis mitos anda el Elvis que farfullaba en Las Vegas, San Truman Capote chuzadísimo en una entrevista en televisión y otros muchos escritores, periodistas y amigos cuyos nombres no pienso mencionar. Claro que otro asunto muy diferente es la agresividad del mal beber combinada con los aires de grandeza que da ser una pop star. Por supuesto, pero me temo que eso no tiene tanto que ver con el abusivo disfrute del alcohol como con una mala asimilación de un éxito que si se mezcla con la euforia etílica provoca cortes de digestión, diarreas mentales y vómitos de ego que acaban manchando las páginas de los diarios o la pantalla de nuestro ordenador.

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