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Alcantilados de Zumaia (Guipúzcoa)

Con ciencia viajera por PEPE CERVERA

Estamos hace 60 millones de años, al final del Cretácico, cerca de la costa de un mar en el que nadan ammonites y dinosaurios acuáticos; en el cielo hay pterosaurios. Súbitamente llega un cegador destello de luz: un asteroide de 30 kilómetros de diámetro acaba de chocar a velocidad cósmica en lo que será Yucatán. Estamos al otro lado del Atlántico, en lo que con el tiempo será Gipuzkoa, y lo que manda son las mareas; cuando están altas se depositan calizas, mientras que en marea baja se depositan arcillas. Por eso los acantilados de Zumaia recuerdan hoy un milhojas.

El impacto en Chicxulub iba a dejar aquí también su huella. A mitad de la ladera hay una capa de arcilla oscura de unos centímetros de espesor que, analizada, resultó tener una descomunal proporción de iridio. Como muchas otras capas de arcilla en otros lugares del mundo separados por miles de kilómetros, y formadas justo en el mismo momento: el final del Cretácico. La única explicación para semejante anomalía es que una nube de polvo rica en iridio se extendiese por todo el planeta por la colisión con un asteroide. En esta hermosa ladera guipuzcoana contemplamos el fin de una era: la muerte de los dinosaurios.

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