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La flora maltusiana

ÁTOMOS CARGADOS // JAVIER YANES

Día de Todos los Santos. Una volandera alcachofa radiofónica, ávida de eso que llaman tomarle el pulso a la calle –propinarle un uppercut al viandante más desprevenido para hacerle sangre–, se topa con una florista que, apoyá en el quicio del cementerio, le susurra el "cómpreme usté este ramito" a los familiares compungidos. Interrogada ante el micrófono, la florista sentencia: "El negocio va bien, porque cada vez hay más gente muerta". Magistral resolución de las grandes cuestiones que la demografía y la biología han desmadejado del ovillo de Malthus, hoy más actual

que nunca.

Lo que el reverendo Malthus vino a decir es que, si en el Pleistoceno los humanos crecieron en burbuja, fue a costa de la desaceleración de los mamuts, hasta que la burbuja de los cazadores estalló. Una vez que éstos descontaron la recesión del proboscídeo, adoptaron un nuevo proveedor para el barril de proteínas, pongamos la Pachycrocuta, hiena con nombre de blasfemia en croata cuyo fósil debió costarle un tobillo roto al paleontólogo que la bautizó. Así, los cazadores prosperaron de nuevo, hasta que la última Pachycrocuta tuvo a bien dejar su fósil al bies para segarle la canilla al paleontólogo.

Y la vida sigue: hoy los cazadores dependemos del combustible fósil en que quedó la pobre Pachycrocuta, pero tenemos por delante un futuro tan negro como ese recurso natural, porque también se acaba. En esta volatilidad que a mi pobre Malthus lo trajo por Amargura Street, sólo hay un indicador que crece inmune a recesiones: el de la gente muerta. Clara solución al problema de Malthus: hágase usted florista.

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