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Amazonía pobre

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO

Resulta difícil abrirse camino en la maraña de normas que componen el nuevo Código Forestal brasileño, aprobado recientemente. No caben dudas acerca de que se perdonará a cuantos deforestaron áreas protegidas antes de julio de 2008, pero se dice que a cambio deberían reforestar hasta una quinta parte de lo destruido y registrar sus propiedades, lo que teóricamente permitiría controlar futuras explotaciones ilegales. Por otro lado, como la nueva norma permite deforestar más, la eliminación de selva será menos perseguida. Sin embargo, tratando otra vez de compensar, los legisladores ordenan recuperar la vegetación ribereña en una franja de 15 metros de anchura en los pequeños cauces y hasta 100 metros en los grandes. Arena y cal, como se ve, con amplio predominio de la primera.

También es confusa la naturaleza de las relaciones entre los propietarios de tierras e industrias agrarias y los legisladores. Un periódico de Brasil ha denunciado que los industriales favorecidos por la amnistía aportaron donativos de hasta ocho millones de dólares a la campaña electoral de algunos de los congresistas que les han perdonado. Ello ocurrió en 2010, cuando la reforma del Código ya estaba en marcha. La operación podría haber sido redonda, pues las sanciones condonadas a cambio de restauración serían de una cuantía superior. Tal vez por eso la ex-ministra Marina Silva ha pedido a la presidenta Dilma Rousseff que vete la nueva norma.

Se ha transmitido que la decisión última de disminuir los niveles de protección del bosque amazónico tiene que ver con la crisis económica mundial, y básicamente europea. Como los europeos consumimos poco, la economía brasileña se resiente, y para reactivarla se decide eliminar la selva y crear campos de soja o nuevos pastizales.

El planteamiento es una clara muestra de cuán artificial es la riqueza, o lo que cuenta como tal, en el globalizado mundo de hoy. No discuto que hará falta mano de obra para cortar los árboles, quemar los restos, preparar la tierra, sembrar la soja o la palma aceitera, etc; tampoco que se utilizará maquinaria pesada, lo que favorecerá a la industria que la fabrica; y mucho menos que podrán exportarse las hamburguesas, o el pienso, o el diesel que se acabe obteniendo. Pero, ¿y lo que se pierde?, ¿quién cuantifica cuántos seres humanos deberán dejar el bosque, cómo afectará al clima local y global, qué influencia tendrá en la dramática sequía en la región? Destruyendo la Amazonía somos más pobres. La riqueza generada es sólo una burbuja.

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