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Un indicio inquietante

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física Atómica Molecular y Nuclear, Universidad de Sevilla

Una encuesta europea muestra que de quienes más se fían los ciudadanos es de los científicos y de quienes menos, de los políticos. Aunque pertenezca al primer grupo, este resultado me produce más inquietud que orgullo. Muchos exploradores, sobre todo los españoles en el Nuevo Mundo, dejaron constancia de que navegando por ríos ignotos algunos de ellos presentían las temibles cataratas. Hay quienes investigan si las causas de tan certeras predicciones son tenues perturbaciones en el agua, ligero aumento de la humedad del aire, sonido aparentemente inaudible o cualquier otro fenómeno sutil. Para la predicción de erupciones volcánicas o terremotos se estudian indicios análogos. Las investigaciones no llegan a conclusiones claras. También los historiadores escudriñan fenómenos comunes previos a las hecatombes sociales pasadas –por ejemplo, una revolución–, que hubieran permitido predecirla. Curiosamente, a diferencia de los científicos, han descubierto sin ambigüedad uno de estos fenómenos: la pérdida generalizada de confianza en la clase política. Así pues, hay razones para que el resultado de la encuesta sea inquietante.

¿Por qué los científicos tienen tan alta credibilidad y los políticos tan poca? Por la diferencia entre los métodos que utilizan, las vocaciones que les alientan y los sistemas de selección a que están sometidos. El método científico está basado en el rigor y en la evaluación de los resultados por pares; la vocación es tan fuerte que se superan inmensas dificultades; la selección hace que no tengan puestos fijos hasta muy avanzada edad y que sean examinados prácticamente hasta que se jubilan. El patrimonio que obtiene el científico después de tanto derroche vocacional y esfuerzo es, fundamentalmente, su prestigio. Cuando alguno se corrompe poniéndolo en juego, como el coreano aquél de las células madre, no son la ruina o la cárcel las que lo hunden, sino el desprestigio entre sus pares.

No voy a comentar cómo actúan los políticos, cuáles son los mecanismos de selección para llegar a figurar en una lista electoral o a un cargo por designación, qué sentido tiene para ellos el prestigio, etc; podría sonar a demagogia y además el lector sabe perfectamente a qué me refiero. No soy quién para dar alternativas, aunque conste que considero que nada habría más inoperante (y divertido) que una clase política con mayoría de científicos. A Bernat Soria me remito. Para colmo de inquietud, los peor valorados por el pueblo han de decidir sobre los resultados obtenidos por los mejor valorados. ¿Tienen capacidad nuestros políticos para distinguir las buenas de las nefastas aplicaciones de la energía nuclear, la terapia genética, la nanotecnología, los transgénicos, la computación cuántica...? Mejor lo dejamos.

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