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Empeños loables

ÁTOMOS CARGADOS // JAVIER YANES

Déjenme que les cuente una historia. Los que ya arrastramos un tráiler mediano de lustros recordamos cómo hace años, cuando sonaba el timbre de casa sin esperarse visita, no era el lechero que decía Churchill, sino el vendedor de enciclopedias. Se trataba de un tipo con zapatos de tungsteno, labia de plomo e insistencia de amianto que alicató de cuero hasta el techo las paredes de los salones españoles con los lomos de la Espasa.

Los compradores, poco entrenados en el arte de despedir a puntapiés a aquellos picapiedras del spam a domicilio, encajaban la venta aunque el contenido nunca llegase a resultarles provechoso –no pintaban tiempos para que a uno le pinchara la pulsión de saberse el cumpleaños de Gengis Khan–, pero sí con el loable empeño de que sus páginas procurasen a sus hijos una culturilla. Vano intento, porque hoy los hijos lo buscan en Internet; y si no es 2.0, no chana. Otra historia.

A principios de la década de 1980, varias compañías se aliaron para recopilar una enciclopedia británica en formato láser disc, aquellos vinilos metalizados que parecían colgantes de M.A. Baracus.

Vano intento, porque esos discos hoy no los reproduce ni un médium. Otra más. El Instituto Sanger, en Cambridge, ha secuenciado ya un billón de letras de ADN, el equivalente a 300 genomas humanos, 15 a la semana.

Probablemente a la altura de esta línea usted pensará que este artículo trata de obsolescencia tecnológica. Pero no. No quiero llegar ahí, sino a George Bernard Shaw. Dicen que, durante su etapa como crítico musical, solía escribir: "Fulano interpretó ayer tal obra". Y seguía: ¿Para qué?".

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