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Diario de a bordo (VI)

Por Raquel Vaquer

* Investigadora del IMEDEA (CSIC), en el ártico

El viento ha empezado a soplar con mucha fuerza. Salir a cubierta ha perdido el placer de reencontrar el sol omnipresente, para encontrar golpes de viento azotándome la cara. Subir cuatro cubiertas cargando con un cubo lleno de agua y botellas mientras Eolo no para de bufar, puede tornarse complicado.

El Sol ha sido eclipsado por una niebla espesa y nubarrones que anuncian tormenta.

Mientras coloco las botellas en el incubador, tengo el placer de observar una pareja de frailecillos volando muy cerca de mí.
Su pico, parecido al gajo de una naranja y de colores muy vivos, les hace tener un aspecto muy gracioso e inconfundible. Este pico, azul, amarillo y rojo, le sirve para pescar pececillos, la base de su alimentación, y también para excavar túneles en el suelo, donde poner el único huevo que será toda su descendencia. Tienen las alas cortas y su vuelo parece algo torpe.
Cuando sobrepasan el barco, un golpe de viento hace retroceder a uno de ellos, que casi pierde el equilibrio, pero se recupera y puede seguir su camino al lado de su pareja.

Estos graciosos pajarillos tienen en el agua un aspecto similar al de los pingüinos. En tierra, se mantienen erguidos y curiosos, lo que les hace vulnerables a predadores, como zorros, gaviotas o nuestra propia especie. En las Islas Feroe, donde crían, son la base de uno de sus más típicas recetas culinarias, al igual que la carne de ballena. Dos platos que mis escrúpulos no me permitían degustar.

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