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El Niño de Taung (II)

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, Burgos.

Cuando en 1925 el Dr. Raymond Dart publicó los resultados de su investigación sobre el Niño de Taung en la revista Nature muy pocos tomaron en serio sus sorprendentes conclusiones. Dart tenía suficientes conocimientos sobre los simios antropoides como para demostrar que los dientes de leche del pequeño cráneo de Taung no podían corresponder a los de un pariente fósil de gorilas o chimpancés. Eran dientes diferentes, de aspecto mucho más humano, con caninos pequeños e implantados en un maxilar y una mandíbula de tamaño reducido.

Pero la conclusión central de su tesis afirmaba que aquel pequeño primate era bípedo y había caminado tan erguido como lo hacemos nosotros. Sin duda, el Niño de Taung habría de tener alguna relación de parentesco con nosotros. El fósil tenía que ser clasificado y Dart propuso el nombre de Australopithecus africanus (simio antropoide del África austral) para incluir el espécimen de la cantera de Taung.

Aquel artículo en Nature representaba un verdadero salto en el vacío. Se trataba de un cráneo infantil con rasgos todavía poco definidos, encontrado en un lejano yacimiento de África, descrito por un desconocido y difícil de encajar en el modelo evolutivo de los paleoantropólogos británicos. ¿Cómo era posible que un primate con un cerebro tan pequeño y tan próximo en el tiempo caminase erguido y estuviera relacionado con la especie humana actual? El Niño de Taung y su mentor fueron víctimas de los prejuicios y dogmatismos que, a modo de tentación diabólica, están siempre al acecho de los que tratamos de ser objetivos en la búsqueda del conocimiento. Durante más de diez años el niño de Taung no pasó de ser una molestia para la ciencia oficial de la época. Raymond Dart se dio por vencido y la especie se guardó en el cajón de la esperanza y la reivindicación.

A partir de 1936 las cuevas de Sterkfontein y Makapangast, también en Suráfrica, comenzaron a proporcionar más ejemplares de australopitecos. Poco a poco, estos homínidos encontraron su hueco en la evolución humana. Bípedos como nosotros, pero todavía capaces de trepar con facilidad, de baja estatura y con un cerebro de unos 450 centímetros cúbicos, los australopitecos y otros fósiles descubiertos a lo largo del siglo XX demostraron que durante los cuatro primeros millones de años de evolución de los homininos, apenas nos diferenciamos de nuestro antecesor común con los chimpancés. Pero, a la postre y con gran probabilidad, alguna de las especies de Australopithecus dio origen al género Homo. Raymond Dart no se había equivocado. Su encomiable tesón le permitió tener un hueco de honor en la historia de la investigaciones sobre nuestros orígenes.

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