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Ciencia inútil

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO

* Profesor de investigación del CSIC

Las épocas de crisis económica no son buenas para el conocimiento por el conocimiento. Con la boca más o menos chica, en Europa se nos hace saber que interesa la investigación que pueda rentabilizarse a corto plazo, y en España apostamos por una ciencia cuyos frutos rindan dividendos y nos saquen de apuros. Hace unos lustros, con motivo de otra crisis, el problema se planteó con toda crudeza en Canadá, donde en cierto momento decidieron dejar de invertir en ciencia inútil. Las quejas de los legos para hacerlo posible, en debates públicos y medios de comunicación, recuerdan mucho a la demagogia actual de algunos columnistas cuando se refieren a inversiones en arte o en conservación de especies en peligro. "En un momento de restricciones económicas, ¿cuánto necesitamos conocer en Canadá sobre los eunucos en la China imperial?", o bien: "¿Debemos utilizar el dinero de los impuestos para financiar estudios sobre arqueología en el reino de Tonga?".

El matemático Arturo Sangalli escribió entonces un pequeño artículo, tan serio como bien humorado, que por pura casualidad he reencontrado ahora (en la Estación Biológica de Doñana estamos en plena mudanza, lo que permite reencontrar tantas cosas perdidas como las que ahora extraviaremos). Sangalli empieza planteando el aparente absurdo de que la utilidad de un proyecto de investigación se juzgue por su título. ¿Cuántos, en su momento, habrían aplaudido que sus aportaciones a las arcas públicas se utilizaran para financiar un estudio titulado "Teoría especial de la relatividad"? Más adelante cita al matemático británico Hardy quien, en plena Segunda Guerra Mundial, preocupado por la utilización del conocimiento científico para causar dolor a la humanidad, escribió algo tan rotundo como: "Sólo el conocimiento inútil es conocimiento inocuo". Después, Sangalli se pregunta cómo podemos juzgar la utilidad de una investigación antes de realizarla: "Tomemos, por ejemplo, a los eunucos del siglo X en la China imperial; podríamos acabar descubriendo que se les castraba para prevenir una terrible enfermedad, abriendo tal vez la posibilidad de descubrir que hace 10.000 años existió un virus similar al del sida".

¿Hasta cuando hará falta explicar que el principal y más eficiente motor de la ciencia y de los científicos es la curiosidad, y no el afán de lucro? Además, el conocimiento adquirido por el placer de descubrir acaba siendo, frecuentemente, muy rentable. Sangalli así lo creía, de forma que acaba su alegato con una broma seria: "Me gustaría poder reforzar mis argumentos con evidencias científicas y estadísticas; sin embargo, mi petición de fondos para estudiar la importancia de la investigación inútil ha sido rechazada; los evaluadores no han visto ninguna utilidad en mi propuesta".

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