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El tiempo de los ratones

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, Burgos.

La semana pasada comentamos las posibilidades que nos ofrece la ciencia para determinar la antigüedad de nuestros ancestros. Los métodos cuantitativos, como el popular carbono-14, nos dan cifras con un cierto nivel de error. De estas técnicas hablaremos en otra ocasión. Quizás sea menos conocida, y por ello puede despertar una mayor curiosidad, la posibilidad de aproximarnos al problema de estimar el tiempo utilizando los fósiles de los topillos, ratones de campo y otros mamíferos de pequeño tamaño. Estamos hablando de dos ámbitos de las ciencias de la Tierra llamados bio-cronología y bio-estratigrafía, que nos dan la oportunidad de ordenar temporalmente la secuencia de cambios evolutivos que experimentaron estos y otros animales con el paso del tiempo.

Es muchas ocasiones los fósiles humanos que nos interesa datar se encuentran en sus correspondientes niveles geológicos asociados a fósiles de otros vertebrados. Los topillos o los ratones de campo también han tenido su propia evolución y más rápida que la nuestra. Estos animales se reproducen a gran velocidad y, tanto la posibilidad de intercambio genético durante cada generación como su capacidad de adapatación, nos permiten tener un registro temporal ordenado de los importantes cambios evolutivos sufridos por estos animales en una región particular a lo largo del tiempo.

Los dientes de estos animalillos tienen la clave. Sus cambios son perceptibles y se siguen muy bien a lo largo del tiempo. Estos dientes son tan pequeños que deben obtenerse mediante el lavado de los sedimentos con mallas milimétricas. Luego se separan con mucho cuidado de otras partículas minerales y se estudian mediante técnicas de microscopía de hasta 100 aumentos. Así podremos obtener el conjunto de especies de micro-vertebrados que dominaba el ecosistema en cada momento y ordenar estos conjunto en una secuencia temporal.

Este método no nos da cifras, sino una escala temporal relativa a la que podemos asociar los hallazgos de los fósiles humanos que nos interesan. Por ejemplo, los fósiles de la especie Homo antecessor (descubierta y nombrada en 1997 por el equipo investigador de Atapuerca) se encontraron asociados a una forma de especie de rata de agua, Mimomys savini, que todos los especialistas situan en el Pleistoceno Inferior, y cuya vida evolutiva no debió superar los 700.000 años en Europa. Así pues, la antigüedad de la especie Homo antecessor tendría que ser inferior a esa cifra. Esta fue la primera aproximación al problema de datar la especie Homo antecessor. La segunda, de la que hablaremos la semana que viene, tuvo que ver con el magnetismo que genera el enorme imán que es nuestro planeta Tierra.

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