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Dédalo e Ícaro

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física Atómica Molecular y Nuclear en la Universidad de Sevilla

Dédalo fue un prestigioso arquitecto, escultor e inventor muy respetado en Atenas. Su sobrino y discípulo Talo le iba aventajando. Por soberbia y celos, Dédalo lo mató. Condenado a muerte, logró escapar a Creta. Fue recibido con honores y prestó grandes servicios al rey Minos, pero finalmente acabó de nuevo encerrado y planeando una huida. El joven que le acompañaba en esta ocasión era Ícaro, el hijo que había tenido con una esclava. El plan fue elaborar dos pares de alas con plumas engarzadas con hilo de lino y pegadas con cera de abejas. Padre e hijo partieron y su inexperiencia en el vuelo les hizo aconsejable buscar el equilibrio a media altura. Cerca del mar podrían caerse e incluso hacer que las salpicaduras de las olas destruyeran las alas; muy alto, el calor del sol podría derretir la cera. Ícaro no hizo caso al padre atraído por la belleza del cielo y el canto de los pájaros que volaban por encima de él. La osadía de volar tan alto como pudo le costó la vida. Dédalo, en cambio, llegó a Sicilia y continuó su vida llena de honores y placeres, aunque en algunas versiones del mito también acabara mal.

Uno de los momentos más inquietantes de la vida de un científico profesional es cuando recibe la visita de un joven que le solicita la dirección de su tesis doctoral. ¿Será como Talo? Un científico de casta es lo primero que ha de exigir a un doctorando, que sea, al menos potencialmente, más brillante que él. Sorprendería al lector saber que muchos investigadores temen, a modo de Dédalo, que un discípulo le pueda hacer sombra en el futuro. La siguiente exigencia al joven debería ser que fuera no sólo como Talo, sino como Ícaro, lo cual es mucho más difícil de discernir en esa primera entrevista. ¿Quiere volar sólo para huir, por ejemplo, del desempleo? ¿Pretende llegar con el vuelo que desea iniciar a una playa que le ofrezca ciertas comodidades e incluso el reconocimiento de sus habitantes?

Lo deseable, por más pudor que nos dé indagar en ello, es que el joven doctorando tenga la ambición de explorar el firmamento, de seguir a los pájaros para averiguar sus secretos. Naturalmente, ha de perseguir el bienestar y el reconocimiento, pero arriesgándose al batacazo. Sin esa ambición, el joven quizá llegue a funcionario, como quien esto suscribe y nada hay que objetar, pero recuérdese que la ciencia y la tecnología avanzan gracias a que gente como Ícaro descubrieron sus límites, a veces incluso a costa de lo más preciado que tenían: su propia vida.

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