Coronavirus: no todo tenía que ser malo

Dos personas cogiéndose de la mano / @Albert Rafael, fotografía de libre dominio
Dos personas cogiéndose de la mano / @Albert Rafael, fotografía de libre dominio

Joseba Torronteras (@JosebaADD)

Han pasado once días desde que el Gobierno decretara el estado de alarma. Los contagios siguen en aumento y la cifra de muertos roza las 3.000 personas fallecidas en el momento en que se escriben estas líneas. La población española sigue recluida en sus casas preguntándose cuándo acabará, cuándo volverá a ser todo como antes del virus. Por primera vez desde la Transición, las generaciones de una economía desarrollada como es España han recibido el ´susto´, el aviso de que no son especiales, ni inmortales, ni tampoco están exentas de sufrir en sus propias carnes el dolor de perder a alguien cercano. 

A pesar del drama actual y lo grave de la situación, no todo podía ser malo. Más allá de la sensación de impotencia, fruto de no poder hacer nada más que quedarnos en casa y confiar en el buen hacer de quienes se están dejando la piel en los hospitales y los supermercados, hay algo que sí está en nuestras manos: salir más fuertes de esta

A pesar de lo grave de la situación de crisis sociosanitaria por el coronavirus, hay algo que sí está en nuestras manos: salir más fuertes de esta.

Ahora, los que por primera vez hemos presenciado una situación crítica en nuestras vidas, tenemos mayores herramientas psicológicas para conectar con quienes año tras año, por las consecuencias de una guerra que nunca acaba, de una pobreza extrema o de situaciones de vulneración de los derechos humanos, deciden abandonar su país, su familia y su vida, sin miedo a perderla en lo ancho del Mediterráneo. ¿Acaso no haríamos nosotros lo mismo? 

Tal y como planteó David Trueba en este artículo, traten de imaginar el más gris de los futuros posibles; uno en el que no exista manera alguna de contener al virus y en el que se descubra que el calor es el único factor que lo aplaca. ¿Somos capaces de imaginar cuál sería el desenlace de esa fatal distopía en una España cuyas fronteras, tanto terrestres como aéreas, permanecen cerradas?

Probablemente el de un montón de familias desesperadas, recurriendo a sus últimos ahorros para poder salvarse. Imaginen a las clases medias y altas españolas llorando la despedida de sus hijos más jóvenes. Universitarios y titulados del más alto nivel intelectual montando en un barco de madera que se cae a trozos dirección Marruecos. Imaginen un futuro en el que arriesgar la vida sea la única garantía para poder conservarla. Imaginen a sus propios hijos llegando a un puerto donde la primera persona que les atienda lleve un arma, les hable en un idioma que no entienden y les priven de su libertad, recluyéndolos en un centro por haber cometido el crimen de querer seguir con vida. 

Sigan imaginando, pues, ese futuro en el que sus hijos, algunos con dos carreras incluso, no pueden acceder al mercado laboral y, si lo consiguen, entonces los critican por quitar, supuestamente, el trabajo a los autóctonos. Visualicen la desesperación de un niño de 17 años cuya única compañía es la calle, encontrándose en un país con una cultura diferente a la suya que no es capaz de entender, sin manera alguna de poder comunicarse con quienes están al otro lado del mar, y con la incertidumbre de no saber si sus más allegados han vencido la batalla al virus, o si todos perdieron ante la pandemia. 

Las situaciones aquí relatadas no son hechos aislados: En lo que va de año han llegado a España 4.082 personas en patera, según datos del Ministerio del Interior, y todas ellas van a tener que pasar por las situaciones descritas previamente. 

Gracias al virus estamos psicológicamente más preparados para comprender lo que significa pasar por una situación de crisis y vulnerabilidad. Ahora, nos encontramos más cerca de quienes toman la decisión de arriesgar su vida dejando todo lo que tenían al otro lado del ancho mar. 

Construyamos e imaginemos, pues, un futuro del que estemos orgullosos, que nos convierta en personas más altruistas, empáticas y solidarias.

Como rezaba un artículo de este mismo blog, ‘El futuro no existe y por lo tanto se puede construir’. Construyamos e imaginemos, pues, un futuro del que estemos orgullosos. Uno en el que todos salgamos más fuertes de esta crisis sanitaria, económica y social. Uno que saque lo mejor de nosotros como seres humanos y que nos convierta en personas más altruistas, más empáticas y más solidarias.  En definitiva, construyamos un futuro en el que esta desagradable experiencia nos haga un poco mejores como individuos y como sociedad.