Ayer un millar de personas desfilaron por Roma de forma ordenada, vestidas de negro y con los brazos en alto. Esta apología del fascismo marca un antes y un después en el gobierno de Meloni. Si la primera ministra sigue consintiendo que este tipo de actos queden impunes, sigue abriendo un espacio terrorífico que era impensable hace apenas unos años.
La deriva de consagración y aceptación del fascismo se está acelerando en los últimos meses en toda Europa, camuflada bajo temas como la migración, que se está utilizando como caballo de Troya. Cada derecho humano que se ataca irreversiblemente es un paso que se avanza hacia el fascismo. La impunidad es determinante para todo esta evolución. En temas migratorios, todas las políticas de la Unión Europea y las formas de invertir los recursos públicos son puertas que se abren para la xenofobia, el racismo y la destrucción de la igualdad y los valores básicos de humanidad de nuestra sociedad. Y el fascismo ahí campa a sus anchas. Cada vez que Meloni sugiere que los inmigrantes que llegan por el mar a las costa de Italia se pueden morir en el intento "porque se lo han buscado", está alimentado que tengan lugar manifestaciones como la de ayer.
El tema es que el debate migratorio se centra en hacernos creer que se está hablando de otras personas que no tienen nada que ver con nosotras. Esas otras que "tienen" que huir y cuyas circunstancias nunca serán las nuestras. Pero la realidad es que los derechos o se construyen para todas las personas o se destruyen para todas. No existe ese matiz de grises que parece que nos ofrecen con estos discursos. Todo lo que estamos dejando que se destruya es el legado de las mayores catástrofes humanas europeas de la historia, que fueron las guerras de los años 40. Se crearon mecanismos e instituciones para evitar que la locura de unos pocos pudiera destruir de forma salvaje a otros muchos. Pero nos estamos pasando todo eso por el forro, y el lobo empieza a mostrar sus fauces claramente, mientras apoyamos a líderes que dejan que esto suceda, o incluso lo aplauden, pero solo un poquito, como si eso fuera inocuo.
Las señales son claras, pero no queremos verlas. Ayer afloró en varios chats de Whatsapp la indignación por el trato vejatorio e incluso "ilegal" a una ciudadana española en Reino Unido. Salió del país con sus papeles en regla y cuando quiso volver, la interceptaron en el aeropuerto, la llevaron a la sala de dentición y posteriormente la devolvieron a Málaga de donde venía. "¿Cómo es posible? ¿Con todos los papeles bien?.." Eso mismo nos preguntamos muchas personas cuando tuvo lugar la masacre de Melilla en junio de 2022 y unos cien potenciales solicitantes de asilo murieron en la valla por el lado marroquí. "¿Cómo es posible?" Claro ellos no son nosotras, pero resulta que sí.
Los ideólogos de la franquicia antimigratoria que han vuelto poner de moda el fascismo en el mundo lo tienen todo muy estudiado y llevan años de pico y pala contando demagogias que los bienpensantes no han sido capaces de apartar del debate público. Los egos de los tertulianos de izquierdas han abonado un camino de debate en el que los fascistas ponían el tema y los demás se indignaban. Ahora tenemos una opinión pública que piensa que la migración es un problema, una enorme crisis humanitaria en la que solo puedes ser solidaria con ellos o con tu familia y tienes que elegir entre tu bienestar o el de una panda de inmigrantes que no tienen nada que ver contigo, cuando la realidad es que los países de Europa necesitamos millones de personas para hacer frente al decrecimiento poblacional. La gracia es que cuando ya no tengamos servicios, ni pasta para las pensiones, ni diversidad, y el modelo sea insostenible, será demasiado tarde para arreglar toda esta mierda que nos está llevando hacia un espacio de indudable destrucción.
¿Hay solución para esto? Todavía si. Urge una reflexión sobre el modelo de gestión migratoria, que incluya propuestas de cambios justificadas, explicando con claridad y de forma sencilla las ventajas de las mismas. Por otro lado, las narrativas hay que cambiarlas. Las opciones que no son fascistas tienen que volver a invadir el espacio de debate con propuestas.
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