Posibilidad de un nido

A base de hacerlas sufrir

A base de hacerlas sufrir
Las ministras Irene Montero e Ione Belarra se abrazan durante un acto.- EFE

Recibir insultos sin parar genera un cansancio constante y destructivo que es enfermedad. Lo sé porque lo he sufrido y he asistido al derrumbe de algunas colegas de profesión o de activismo feminista. Sufrir agota. Física, mental y anímicamente. No te das cuenta y un día, por la mañana, te levantas ya dispuesta a recibir tu dosis de castigo. No porque la aceptes, que no lo haces, sino porque tienes la certeza de que va a llegar, de que no ha parado ni parará, y que no puedes hacer nada por evitarlo. 

El agotamiento, el desánimo y la tristeza se instalan desde entonces en tu vida y contagian a tus alrededores, sobre todo a la familia. Pienso en mis hijos viendo a su madre vapuleada, vejada, ridiculizada durante años. También viéndome las ojeras y ese abatimiento que cada vez pesa más, te encoge y te encorva, te borra la risa y te impide leer. 

El insoportable –porque es insoportable– cansancio de recibir violencia habitualmente te rompe. Y cuando digo habitualmente no quiero decir "a diario", sino cada minuto de cada hora de cada día, siempre. Te impide pensar, observar la belleza, encontrarla, buscarla siquiera. Es una gran roca sobre la cabeza y los hombros que te impide crecer.

Recuerdo que cuando abandoné Facebook y sobre todo Twitter, desde ciertos sectores del feminismo se me afeó el gesto. Cuando les insté a salir de ahí, como yo había hecho, me respondieron que yo podía permitírmelo, y en cierto modo tenían razón. Hay quien sigue ahí porque considera que forma parte de su trabajo. 

Pienso en el cuerpo de la ministra Ione Belarra, más concretamente en cómo, de la noche a la mañana, vio sus pechos, sus pezones, multiplicados en redes, sí, y también en todos los medios de comunicación de este país. El mismo día que no se hablaba de otra cosa, una periodista me respondió en una tertulia que eso no es violencia, y que le indignaba que, con la que está cayendo, consideremos a eso violencia. Es una periodista a la que tengo aprecio y alejada del ultraconservadurismo. Me pregunté qué sentiría ella si la foto de sus pezones inundara redes y conversaciones, si fueran de boca en boca, de chanza en risotada, qué al verlos miles y miles de veces reproducidos. De nuevo pensé en mis hijos, ay.

Pienso también en la ministra Irene Montero, en el desgraciado del PP que dijo que "tiene la boca llena de llagas de chupársela al coletas". Otra piedra más al saco que arrastra esta mujer, y no sé cuantísimos miles van ya.

Belarra y Montero son jóvenes con altísimo cargos políticos y de representación pública. Además tienen hijos. Por razones de trabajo consideran que tienen que estar presentes en las redes sociales. Si ellas así lo deciden, así debe ser. Sin embargo, eso supone cargar con todo el peso, el agotamiento, que he narrado antes. Hace nada dimitió la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, tras seis años en el cargo. "No tengo energía", dijo. Qué horror.

Vivimos en una sociedad, un patriarcado sucio y violento, que machaca a las mujeres jóvenes que llegan al poder a base de hacerlas sufrir, de vejaciones, humillación e insultos. Ese sufrimiento agota. Lo sé porque lo he vivido. Por eso, el grito de la gente decente contra el castigo que se les inflige debería ser unánime. Y eso no está pasando.

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