"¿Qué hemos hecho mal?" o "¿Qué estamos haciendo mal?". Estas son las dos preguntas que se nos lanzan cuando los medios de comunicación desgranan datos sobre suicidios de menores, depresiones, crisis de ansiedad, tratamientos psiquiátricos.
INCONCLUSIÓN #1
En el Encuentro Internacional Feminista celebrado hace ahora una semana en Madrid, la antropóloga, escritora y activista feminista, Rita Segato, se sentó a conversar públicamente con la ministra de Igualdad, Irene Montero, y la chilena, Irina Karamanos, también antropóloga y que renunció a ejercer de primera dama como pareja del actual presidente de Chile, Gabriel Boric. Segato sacó un barullo de papeles y dijo que traía "unas notas inconexas e inconclusas". ¡Eso es!, me dije. Eso somos. Inconexas e inconclusas. Y así vamos andando en nuestro empeño por construir una sociedad más justa y combatir –furiosamente yo– el machismo y sus muchas violencias.
Entonces volví la mirada en mi interior hacia nuestras hijas, hijos, hijes, y me dije "no soy sólida". Así es. No soy de una pieza, y ahí radica una de las diferencias más notables con las generaciones que nos preceden. No es que ellas sí lo fueran, sino que mostraban una solidez con la que manejar la maternidad, su existencia en esta tierra, los modos, los días que iban pasando. Y nuestra educación, el trato con sus criaturas.
Elijo hablar desde la madre porque soy madre y por mi experiencia personal en estos asuntos, sobre la que llevo algunos años pensando. Soy una madre inconexa e inconclusa.
INCONCLUSIÓN #2
El mundo en el que nosotras, nosotros, crecimos, nos formamos, era radicalmente distinto al actual. Radicalmente. Absolutamente. No era radicalmente distinto al de nuestras madres, abuelas, etc. Los avances sociales modifican nuestras vidas, pero no nuestra raíz. La irrupción de las nuevas tecnologías, de nuevas formas de comunicarnos, la multiplicación de las realidades y las identidades sí ha supuesto un cambio en sentido lato, una revolución. Nuestra formación es previa a esa revolución. La de nuestras hijas, hijos, hijes, posterior. Ahí hay una brecha para la que nos faltan herramientas. Es una brecha histórica, disruptiva.
Un ejemplo muy ilustrativo: Estudié Comunicación y en mi facultad de Ciencias de la Información de la UAB no había ordenadores. No hablo de internet, de lo que ni siquiera se hablaba allí en los primeros 90. ¡Ordenadores! Empecé a trabajar en diversos periódicos y, entre otros, la SER y EL MUNDO sin internet. La primera década larga de mi ejercicio profesional fue así.
En lo personal, la mera posibilidad de las redes, de grupos, de chats, los teléfonos móviles, los portátiles, las diversas identidades resultaba impensable.
Ahora nos enfrentamos a un mundo donde menores y jóvenes no conciben su existencia sin lo anterior. Habitan (al menos) dos realidades, en esquema, la "realidad real" y la virtual. Las habitan de igual forma, y me temo que pasan más tiempo en la segunda. Probablemente modifica su vida hasta extremos que aún no conocemos.
Estamos en cueros ahí, porque a su edad vivimos un mundo, insisto, radicalmente distinto. O sea, vivimos otro mundo. Así es. Entonces, carecemos de referencias en lo propio, en nuestras historias y nuestra historia común, memoria, para manejar estas realidades actuales desde el punto de vista de menores y jóvenes. No compartimos eso.
INCONCLUSIÓN #3
Más allá de nuestra inconexión e inconclusión, compartimos como adultos sus realidades virtuales y las habitamos con algunos rasgos a menudo pueriles y, de nuevo, en cueros. No sé qué habría pensado yo de mis mayores si adoptaran el gesto de "ser amiga de" o "aceptar como amigo a" públicamente. No son inocentes las palabras y éstas retratan patios de colegio. Tampoco sé cuál sería mi reacción ante unos "mayores" cuyas relaciones se basan en los "me gusta" y los corazones.
Paralelamente, quien más, quien menos cuelga en las redes momentos de intimidad, de celebración o lo contrario, que pertenecen a ámbitos no compartido con los menores tradicionalmente, pero tampoco en la "realidad real". Y además estamos expuestas. Mis hijos han visto cómo me llaman sucia, zorra, puta borracha o yonqui habitualmente. Cómo cada vez que aparezco, una horda de mastuerzos me insulta, me falta al respeto de la manera más soez o incluso me amenaza con dolor o muerte.
Ese lugar de intersección entre jóvenes y menores y nosotras, nosotros, lo siento también como otro lugar de crisis, no resuelto. El problema que late en este punto resulta especialmente duro, ya que la intersección debería ser el lugar del diálogo, los cuidados, lo compartido, el crecimiento y desarrollo de ambas partes.
INCONCLUSIÓN #4
Preguntarnos qué hacemos mal supone echar mano de la culpa, y más nos vale dejar la culpa para quienes creen en el pecado. Yo no, desde luego. Nosotras, nosotros tenemos responsabilidades. Desde el momento en el que nos preguntamos "¿Qué hemos hecho mal?", relegamos a un segundo plano una pregunta que considero mucho más importante, sobre todo más útil: ¿Qué podemos hacer? ¿Qué está en nuestra mano?
Como había avisado al principio, no tengo respuestas ni conclusiones. Tanteo en las oscuridades que erizan de espinas el vivir de quienes nos suceden para, al menos, caminar a su lado. Y para, en la medida de lo posible, compartir estas dudas de mujer inconclusa e inconexa y que seamos muchas, muchos.
Comentarios
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