Posibilidad de un nido

Foto de lo nunca visto

Foto de lo nunca visto
Imágenes de Ada Colau y Yolanda Díaz subidas esta semana al Instagram de la alcaldesa de Barcelona y realizadas por la fotógrada Laura Guerrero

Al principio la foto de Ada Colau y Yolanda Díaz me ha dado una discretísima punzada en lo más lésbico de mi ser. Así es, y yo las cosas no me las callo. También es verdad que me ha durado muy poco, y que puede que cualquier pareja de mujeres queriéndose me dé la misma punzada. Puede. Después, pasado el trance, he tratado de imaginar a dos líderes políticos, hombres, de cualquier partido o tendencia en la postura en la que se han retratado Ada Colau y Yolanda Díaz, llámame bizarra. Lo he tratado, sigo tratándolo y no lo consigo. Ni siquiera con los menos machitos, algo que también me cuesta encontrar.

Tras desistir en lo macho, he vuelto a la parte del cariñoseo y me he recordado a mí misma en la misma pose con amigas, abrazadas o mirándonos con ese cariño cómplice que echa a brillar los ojos, o pegadas la una a la otra, cuerpo contra cuerpo. Pero ellas no son amigas. Vaya, que no se trata del retrato de dos amigas. Eso me he dicho, y no ha cambiado nada. He recordado posturas semejantes con compañeras de trabajo, en larguísimas campañas políticas, en agotadoras sesiones de televisión, al final de aquellas eternas jornadas de redacción y cierre. Así mismo, como ellas. Con menos frescura en el semblante, eso sí.

Siento que esa foto encierra algo, un secreto, una fórmula, una costumbre. También me parece que es imposible impostar tales gestos, los retratados. Siendo un posado evidente, el roce y las miradas son auténticas. ¿Qué hay ahí? Las maneras de las mujeres, que no es lo mismo que las formas femeninas; si me apuran, ni siquiera feministas. De las mujeres, punto: tocarnos, abrazarnos, besarnos, acariciarnos, usar nuestros cuerpos sin melindres para expresar cariño, compañía. Usarlos sin el pudor envarado que emana de las maneras de los hombres, lo que tampoco quiere decir machismo. Quizás se encuentra encerrado en eso que llaman "masculinidad", pero ese es un palo que yo no toco.

Regresa ante esa foto la idea de que en esta sociedad, en el fondo, son ellos quienes salen perdiendo. Ahí tiesos, dentro de sus indumentarias tristes, homogéneas, uniformados, el único gesto afectivo –de tierno ni hablamos– que le permiten al cuerpo es eso que llaman camaradería, uf, y que impepinablemente incluye una palmada o dos. Caben dos posibilidades: palmada sin abrazo o abrazo con palmadas. Sea como sea, ahí está la palmada y poco hemos reparado en ella, la verdad. La palmada que los hombres se dan en la espalda como una forma de ir algo más allá del apretón de manos es una palmada que concluye, que acota, que delimita. La palmada es, en lo afectivo, un "hasta aquí llegamos". Pobres.


En los abrazos hay que dejarse, y no hay nada de erótico en ello, como interpretan muchos. Hay que abrazar sin la prisa de la palmadita, sentir el propio cuerpo y el del otro, de la otra. Cuando has aprendido a abrazar sin palmada, y no antes, aprendes a mirar a los ojos con ternura, que es una forma de complicidad elaborada. Los lazos que unen el abrazo, la mirada, la ternura y el dejarse en los cuerpos, duran más. Así es, y quien lo conoce, lo sabe.

Así que, tras el momentín lesbiano, ante la foto pensé en la existencia de dos mundos por el momento y en este sentido paralelos, radicalmente paralelos. Y deseé que las maneras que refleja esa foto sean las que inventen nuevas formas políticas. No es metáfora. Esa foto es, verdaderamente, lo nunca visto.

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