Los cambios radicales no se ven, dejan una mella en el calendario que solo se aprecia pasado el tiempo. Pero la dejan. Un hombre pronuncia una palabra, activa un mecanismo o realiza un gesto público, un joven se coloca delante de un tanque, una mujer negra ocupa un asiento que tiene prohibido ocupar, un fotógrafo dispara su cámara ante la niña desnuda que corre. El cambio no lo provoca exactamente el gesto, que también, sino la respuesta de la sociedad frente a ese gesto. Pasará el tiempo y, con la distancia adecuada, quien observe entenderá que algo empezó a cambiar definitivamente ahí, entonces.
El concejal ultra Javier Ortega Smith agredió y amenazó esta semana al político Eduardo Fernández Rubiño durante la celebración de un pleno en el Ayuntamiento de Madrid. Madrid es la capital de España. Madrid es la ciudad donde durante semanas grupos de ultraderecha y ultracatólicos se han manifestado ante las puertas del PSOE lanzando bengalas y objetos contundentes a la Policía, gritando, rezando el rosario, enarbolando muñecas hinchables, palos y banderas que muestran su desacuerdo con nuestra democracia.
El contexto es importante. Sin el contexto, los actos son globos que vuelan y desaparecen. No es el caso. El ultra Ortega Smith agredió y amenazó a Fernández Rubiño en un Madrid en el que los ánimos están calentitos y por las calles, a ciertas horas, te cruzas con bandas de muchachotes entonando el Cara al sol. Los del rosario, los de la bandera con la cruz de Borgoña, los de los aguiluchos franquistas y los del Cara al sol admiran a Ortega Smith. Son hijos del relato que los medios de comunicación han difundido. En ese relato, un personaje como el concejal ultra no pasa por un descerebrado violento, sino por un héroe contra una España que dicen se rompe, un héroe contra una España que dicen se llena de moros, maricas y lesbianas, un héroe contra una España que llaman terrorista y dictatorial.
Ese contexto no nace por generación espontánea. Los Aznares y los Abascales de turno tienen sus altavoces en programas de radio y televisión. "Al ataque", dicen. "Al ataque", repiten sus voceros machaconamente. La idea de una España que se rompe deja de resultar tan idiota como es, porque lo es, rematadamente, cuando la repites cotidianamente por la mañana, al mediodía, por la tarde y por la noche. Varias veces al día en la mayoría de los canales por los que circula la opinión que llega a la ciudadanía.
Los medios de comunicación aquilatan el contexto donde se alimenta a los grupos violentos, se les engorda, atizan sus brasas. No recuerdo la cantidad de veces, por muchas, que he visto "opinar" al líder de la banda Desokupa como si tuviera capacidad o criterio, como si fuera algo más que un cabecilla de banda de matones. Y entonces aparece otro violento como Ortega Smith, o sea uno de ellos, y lleva esa violencia hasta el centro de la acción democrática, un ayuntamiento. No cualquiera, el de Madrid, el hervidero ya descrito. Y no pasa nada.
Aún no sabemos qué pasará con el líder ultra Javier Ortega Smith, si seguirá ocupando su puesto como representante público por parte de Vox, si mantendrá su silla en el consistorio. De lo que no cabe duda es de que pasará el tiempo y, con la distancia adecuada, quien observe entenderá que algo empezó a cambiar definitivamente ahí, entonces, con su agresión. El cambio tendrá que ver, como siempre sucede, no exactamente con el gesto del violento Ortega Smith, sino con la respuesta que nuestra sociedad y nuestras instituciones hayan dado a tal gesto. Entonces todo se verá más claro. Para bien o para mal.
Comentarios
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