Está la vida y luego está la tele. ¿Luego? Está la vida y antes está la tele. Está la vida y ahí está la tele. Está la vida y en cambio está la tele. Está la vida y sin embargo está la tele. Está la vida y la tele eres tú.
El 15 de noviembre de 2012 narré en una columna en el diario El Mundo cómo acababa de llegar a mi casa la orden de desahucio. La sacudida que provocó el hecho de que una profesional rica y reconocida relatara su pobreza extrema me mandó de una patada a los programas de televisión, de los que por cierto aún no he conseguido salir. Recuerdo mi aparición al día siguiente en el programa de Ana Rosa Quintana (Telecinco) titulado "El dramático testimonio de Cristina Fallarás, periodista de éxito, al borde del desahucio". Resultaba tan extravagante mi personaje, que en menos de una semana ya estaba sentada en las tertulias políticas sabatinas del momento. Entre lo extravagante y lo grotesco media una lágrima en la ducha.
Recuerdo cómo llegaba triturada a casa de esas sesiones de sábado noche en Telecinco o en La Sexta. Rondaban las 3 de la mañana, los niños dormían y yo me acuclillaba en la bañera dejando que el chorro de agua arrastrara lágrimas y lágrimas. Triturada. "Ya sabes lo que es esto, una trituradora humana", le dijo el periodista deportivo y concursante Juanma Castaño a Verónica Forqué desde el concurso de MasterChef Celebrities. "Aquí nos trituran". Quien ha pasado por cualquier programa de televisión de cualquier tipo y formato lo entiende perfectamente. Show must go on.
Cualquiera podría pensar que una tertulia "política" no tiene nada que ver con un reality, y se equivoca. En la tele todo es un reality. La televisión es espectáculo, de eso se trata. Lo mismo el informativo de la noche que cualquier ruleta de fortuna. Pones tu cara, tu cuerpo, tu mirada, tu pelo, tu indumentaria, tus tics, el paso de la edad por tu piel, la radiografía de tu esqueleto. Da igual que sea para responder a una cifra vana del concurso de turno que para un análisis supuestamente cabal del devenir económico. Eres tú la que está ahí, tu cuerpo, son tus ojos. En la tele aprendes la despiadada forma de desnudarte que tiene la mirada.
Salgas del programa que salgas, sea lo que sea que hayas hecho, te has quedado en pelotas ante cientos de miles, millones de personas a las que no conoces y cuyo interés por ti sospechas canino. Resulta devastador. Si a mí, en una tertulia "política", me destroza poner la cara, no quiero imaginar qué supondría someterme a una situación límite con mi tiempo al desnudo. La tele premia cualquier extravagancia, y convengamos que toda extravagancia es buena. Sí, pero inmediatamente después de premiarla, la convierte en grotesca. Ningún carnicero tritura un solomillo. Todo lo que es genial al calor de los hijos se torna estrafalario y se corrompe en mofa al pasar por la tele.
Las cosas del dinero son así y también aquello que aceptamos como reglas del juego. Unos señores ricos tienen una cadena de televisión y la usan como se les permite. Allá cada cual con lo que entrega, allá yo con lo que entrego, allá usted con lo que traga. Ah, pero no es lo mismo Paolo Vasile que José Manuel Pérez Tornero. Vasile está al frente de Telecinco y Pérez Tornero preside Radio Televisión Española. A dichas cadenas les separa la diferencia entre lo privado y lo público. En asuntos de televisión, que sigue siendo lo que somos, eso debería retratar la diferencia entre "una trituradora humana" y un medio de comunicación.
Porque usted y yo no queremos estar pagando "una trituradora humana", ¿verdad? Cadenas como Mediaset o Atresmedia se dedican, como cualquier empresa de jamones, a ganar dinero. Invierten dinero y tratan de sacarle el máximo beneficio, faltaría más. La cuestión es que usted y yo invertimos dinero en una sociedad llamada RTVE (Radio Televisión Española) y la verdad es que ni usted ni yo somos ricas, no somos ricos. ¿Qué tenemos? Pues tenemos los restos de cuatro construcciones magníficas que llamábamos "lo público". Tenemos nuestras inversiones en colegios y universidades, en hospitales, en carreteras y laboratorios, en guardias y soldados, en tratar de robarle a la Justicia un banco. Y poco más. Tenemos eso, una radio y una tele. ¿Son la hostia? Pues ciertamente, no, pero son nuestras.
Nuestra tele no debería ser un lugar del que salir temblando ni una picadora de carne humana. Si me pongo cínica, porque ni usted ni yo nos vamos a comer esa hamburguesa. Y sin cinismos, porque nosotras, nosotros, no somos carniceras.
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