Posibilidad de un nido

Lo siento mucho

Lo siento mucho
los bosques del Valle de Baztán

Estoy de vacaciones. Frente a mí, los bosques del Valle de Baztán enredan nubes, humedades, un verdor salvaje, fragoroso. Me levanto cuando aún no ha amanecido y me asomo a la ventana de los dolores. Voy abriendo los mensajes donde las mujeres cuentan las agresiones sufridas. Una detrás de otra, morosamente. Abro, doy las gracias, fotografío su valentía, la guardo. Si alguna duele demasiado, le escribo un poco más. ¿Por qué le escribo? ¿Para qué? Creo que se trata de un abrazo. 

Esa ha sido mi rutina durante la semana que va del 28 de agosto al 3 de septiembre. No es que haya dejado de leer mensajes, es que ya no estoy de vacaciones. Pero sigo. 

Durante todo ese tiempo me he preguntado qué leo, qué es lo que me cuentan. Me he preguntado por qué, por qué lo hago y por qué lo hacen. También me he preguntado qué veo, qué significa y en qué contexto se narra. He reflexionado sobre qué está sucediendo y lo he cotejado con las lecturas que cargo, asimiladas. Hemos leído mucho en los últimos años sobre nosotras mismas, sobre el feminismo y el patriarcado, sobre la violencia machista. He leído a decenas de escritoras y pensadoras. 

Ahora, tras mi semana sin asuntos laborales, al retomar la rutina, me detengo a preguntarme qué siento. No he elegido yo la pregunta, sino que se me ha impuesto. La pregunta me ha elegido a mí. Una voz interior que reconozco y que me ha salvado de agujeros espinosos me ha dicho "Párate y pregúntate qué sientes". No sé el resto, no me he interesado por este tema, pero yo me pregunto a veces por lo que siento, lo hago de forma consciente, no mecánica. 


He pasado la semana de vacaciones acompañada por mi hija, mi madre, mi hermana y mi pareja, que también es una mujer. El gineceo familiar. Ahora siento un vacío. Está el hueco evidente que dejan tras la separación (vivo sola con mi hija), pero siento el vacío que ha dejado la no pregunta. Después de horas y horas de leer a mujeres, me doy cuenta de que no les he preguntado a las que tenía alrededor por sus experiencias. Mi primera idea es que responde al pudor, al viejo recato familiar, heredado de generaciones de silencios. Sucede en muchas familias que los asuntos íntimos son los que nunca se tratan. Y lo siento, lo siento mucho.

También siento el peso de las empresas imposibles. Es como si anduviera un poco más despacio, cargando con algo. Me sucede igual cuando llego a la mitad de la escritura de un libro. A esas alturas suele asaltarme la sensación de que no lo terminaré, de que no va a ningún sitio o de que lo planteado en el inicio es tan difícil de llevar a término que podrá conmigo. Los mensajes de las mujeres se amontonan, se multiplican, cada uno da a luz a muchos otros, parece no tener fin y probablemente no lo tenga. Ojalá sea así. Siento ese peso y lo siento mucho.

La ciudad y el desbarajuste laboral no nos permite el desembarco lento que aconsejan los deshonestos artículos sobre "la vuelta a la rutina". Llamadas, intervenciones en programas, artículos, notas, lecturas, presentaciones. El gran bosque y su intensidad de vida es ya solo un recuerdo, pero vivísimo, al que me agarro porque no quiero que se me escapen las reflexiones ni las sensaciones de los días pasados. Cierro los ojos, cojo el sendero que deja atrás el río partiendo de Elizondo hacia Beartzun, camino ya desde lejos escuchando las voces de las mujeres, que son mi propia voz, juntas formando un todo verde, salvaje, fragoroso. Y siento ese bosque. Lo siento grande, lo siento propio, lo siento mucho. 


Más Noticias