Otras miradas

El 'lawfare' es más grande que Pablo Iglesias y Pedro Sánchez

Marta Nebot

El 'lawfare' es más grande que Pablo Iglesias y Pedro Sánchez
Cartel del acto sobre violencias sexuales en la infancia

Este fin de semana, mientras el país sigue en vilo por si dimite por lawfare Pedro Sánchez, otras víctimas se han vuelto a reunir para contar cómo es ser víctima de eso a lo grande.

Lo explico rapidito: en España hay un número indeterminado de madres que, después de denunciar abusos sexuales contra sus hijos por parte del padre, pierden la custodia de los niños a favor del presunto agresor, sin haber sido condenadas ni por denuncia falsa ni por nada. No sabemos cuántas son porque el Consejo General del Poder Judicial no da este dato. Son muchas. Sea la cifra que sea es insoportable.

Estos números y muchos más de los últimos estudios oficiales, recogidos en el libro de Marta Suria, una de estas víctimas, inauguraron la jornada "Infancia, violencia institucional y horizontes feministas de justicia" en el auditorio del Museo Reina Sofía, mientras 12.000 personas se juntaban en Ferraz para pedir a Pedro Sánchez que no se vaya.

Cuatro de estos niños que se han hecho grandes, cuya mayoría de edad les ha devuelto la libertad y a sus madres, contaron en primera persona cómo es reconstruir una vida después de la condena a la que les sentenció un sistema judicial ultraconservador que sobreprotege al paterfamilias poniendo en peligro a menores y desentendiéndose de ese peligro para siempre. Una de ellas, la mayor, que hoy es terapeuta especialista en estos traumas, contó lo que le ocurrió hace 40 años y denunció una "involución brutal". A ella los jueces le creyeron; ahora a la mayoría no les creen y les dejan al cargo de los que denunciaron como agresores. Aplican el prohibido Síndrome de Alienación Parental (SAP) o, lo que es lo mismo, en esta vuelta del péndulo contra los avances feministas, vuelven a creer en las brujas, en los superpoderes de las madres malvadas para teledirigir las declaraciones, las mentes y los corazones de sus hijos que son unos mentirosos y unos actores de Óscar. Los presuntos agresores cuentan con la presunción de inocencia del todo poderoso cabeza de familia, los denunciantes con la presunción de culpabilidad de la pérfida madre y su prole. Suena burdo e increíble hasta que las conoces.

En este encuentro de dos días se diseccionó al tema desde todos los frentes. Se presentó el libro En la tela de araña, un trabajo colectivo de La Laboratoria, de investigadoras, profesionales implicados y víctimas; se representó Arrancamiento, la obra de teatro de Pamela Palenciano; se debatió sobre si hacen falta más leyes o si lo que necesitamos es que las que hay se cumplan; sobre cómo la ley avanza y el sistema resiste; sobre lo imprescindible que es la inexistente formación de todos los implicados en perspectiva de género, trauma y derecho de la infancia; sobre si más penas solucionan algo; sobre la justicia fuera de la justicia; sobre la solidaridad feminista que encuentra cierta reparación y mucha verdad; sobre las reparaciones que al sistema le faltarán una vez que se arregle; sobre otras violencias que sufre la infancia...

Intentaron abarcar todos los flancos académicos, sociales y experienciales de este fenómeno social, de esta epidemia de pederastia –una de cada cuatro niñas la sufren– empeorada por un sistema judicial plagado de viejo machismo y corporativismo, bloqueado por un Consejo General del Poder Judicial usurpado por la derecha desde hace más de cinco años, por un poder judicial usurpado por los conservadores desde los tiempos de Franco.

Entre los análisis y las propuestas, como siempre, fueron las protagonistas las que destacaron.

Una se declaró "madre ave fénix", una de ésas que reconoce haber estado al borde de morir, de autodestruirse hasta matarse, hasta que se dio cuenta de que dejaría a su hijo solo y encontró las fuerzas para seguir luchando porque le cree y porque, pase lo que pase, se lo quiten o no, él, –de 9 años y allí presente– se hará mayor y siempre tendrá a su madre. Otra más reciente en la batalla se preguntaba qué hacer "si el sistema no funciona, pero es el único camino que tengo". Otra más contaba, con un discurso inconexo –como es habitual entre madres sobrepasadas por la tortura institucional–, un calvario de 24 juicios que terminó con su hija arrancada y que repetía muy claro "María, se llama María, te quiero" y "si soy tan mala madre, ¿por qué puedo seguir criando a otros dos?". Otra más contó su historia de mujer con batallón de abogados y especialistas, viviendo lo mismo que las que tienen menos recursos.

Y es que tener al Poder Judicial como el podercito de los tres, el que siempre está en precario porque por él solo pasa el 6% de la población en algún momento, es mal negocio para todos, a veces, como en éstas, incluidos l@s ric@s. Haberlo abandonado en manos de los conservadores, además, tiene efectos demoledores sobre la justicia y sobre la democracia de tod@s, no solo la que afecta a determinados políticos.

Mientras el país entero reflexiona sobre cómo la injusticia en los tribunales le puede robar las ganas de pelear hasta al presidente, las madres protectoras y sus hijos se han vuelto a poner en pie porque saben que no pueden darse el lujo de parar, porque nunca han dudado de que arreglar la justicia es más que urgente, porque para ell@s es cuestión de vida o muerte.

Así que en la ridícula competición por determinar quién es más víctima del lawfare, organizada esta semana por un exvicepresidente de cuyo nombre me duele acordarme, –lo siento, Pablo Iglesias– ellas ganan por goleada.

Y ojalá el raro gesto del presidente sirva para mejorar nuestra justicia para todos, pero, sobre todo, para que tantas españolas y españoles y migrantes que lo necesitan desesperadamente encuentren, en la justicia española, alguna justicia.

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