Crónicas insumisas

Obesidad, pobreza y alimentación

Tica Font, Centre Delàs d’Estudis per la Pau

Desde la FAO, según datos de 2016, informan que 806 millones de personas sufren hambre, es decir se van a la cama con una menor ingesta de calorías de las necesarias; al mismo tiempo que 2.200 millones de personas sufren de sobrepeso y 796 millones son obesos. El hambre y el sobrepeso son síntomas de un mismo problema, tanto los famélicos como los obesos están relacionados entre sí por el sistema de producción y consumo de alimentos, por esta razón la búsqueda de soluciones para erradicar el hambre en el mundo tendría que servir para prevenir o mejorar las próximas pandemias mundiales (diabetes II y las afecciones cardíacas) ligadas a la obesidad.

La misma FAO nos informa que las principales causas de la pobreza y la subnutrición están ligadas a catástrofes humanas como la guerra o a catástrofes naturales como la sequía persistente pero no a la falta de alimentos. También destaca que las principales bolsas de pobreza y hambre se concentran en zonas rurales en los países en desarrollo, personas que dependen de la agricultura como medio de subsistencia, es decir, en el medio rural los problemas de subnutrición los padecen los agricultores; a la vez que la pobreza y subnutrición está aumentando en la periferia de las zonas urbanas, debido a la emigración de agricultores hacia las ciudades.

Entre las razones por las cuales los agricultores de las zonas rurales representan el grueso de personas pobres y subnutridas, están la falta de recursos vitales como tierras, agua o semillas, la falta de créditos para pagar semillas, abonos, pesticidas, agua, máquinas...; también porque la agricultura actual es eminentemente de monocultivo, con lo cual el agricultor vive de su venta y depende del precio que marquen las multinacionales y de las reglas internacionales de comercio.

El estilo de vida urbano con largos desplazamientos laborales, falta de tiempo, etc. junto con una mayor implantación de la industria agroalimentaria y de sus comidas y bebidas elaboradas, ha comportado cambios en la dieta incorporando un aumento del consumo de carbohidratos refinados, grasas y aceites procesados. Estos cambios en la dieta de las personas humildes tanto de países ricos como de países en desarrollo, han provocado un aumento de las tasas de sobrepeso y obesidad.

Todavía impera la creencia que el hambre es un problema de pobres y la obesidad un problema de ricos. Esta creencia es falsa, dos terceras partes de las personas obesas o con sobrepeso, viven en países con ingresos bajos o medios; en Estados Unidos las comunidades afroamericasnas y los latinos padecen más obesidad que la comunidad blanca. El sobrepeso y la subnutrición afectan mayoritariamente a las personas con menores recursos económicos.

En esta historia sobre los alimentos, tanto los agricultores como los consumidores estamos unidos frente a las grandes corporaciones, que con su obsesión por los beneficios económicos controlan las variedades y la producción de alimentos que después los consumidores encuentran en las estanterías de los supermercados. Aunque un consumidor quiera comprar comida sana y suponiendo que pueda hacerlo (cosa casi imposible) éste se encuentra atrapado por el agronegocio. Cuando un consumidor intenta comprar aquellos tomates o manzanas con el sabor que recuerda de pequeño, le resulta imposible, solamente encuentra unas pocas variedades de tomate, las mismas variedades que encuentras en todos los supermercados de España o Europa ¿Por qué? Para el consumidor, estas variedades son más atractivas, tienen la piel más bonita y brillante; pero para la industrial estas variedades soportan mejor el transporte de largas distancias, la piel no se daña con tanta facilidad, toleran los productos de encerado y limpieza mecánica, responden bien a los pesticidas o a la producción industrial. Estas características hacen disminuir las pérdidas de piezas de fruta desde su recolección en el campo hasta el consumidor. Estas son las razones por que no encontramos ciertas variedades en el mercado.

En definitiva, no somos nosotros los consumidores los que escogemos lo que queremos comer. El consumidor solamente puede escoger entre las tres variedades de tomates que hay en las estanterías y no son los agricultores los que escogen la variedad a sembrar, es la agroindustria quien decide por los dos, agricultores y consumidores, en función de sus intereses económicos. Ahora bien el consumidor ante la abundancia de comida en los estantes, solemos pensar que tenemos la libertad de escoger lo que comemos, pero en definitiva nuestro menú no se confecciona a partir de lo que escogemos, o la estación del año o del país en el que vivimos, el menú es el mismo en cualquier parte del mundo, independientemente de la geografía y la estacionalidad.

La situación actual de producción y comercialización de los alimentos en el mundo globalizado, se revela insostenible por sus graves repercusiones sociales (migraciones campo-ciudad, explotación laboral, pobreza creciente,...), económicas (destrucción de mercados locales y regionales, destrucción de puestos de trabajo en la agricultura,...) y ambientales (destrucción de recursos agroecológicos, pérdida de biodiversidad, contaminación,...).

Los movimientos sociales más grandes del mundo están descubriendo maneras diferentes de pensar y vivir la comida, uno de los movimientos sociales más importantes del Sur Vía Campesina, agrupa a miles de organizaciones de agricultores que reniegan de las políticas de producción de alimentos y del papel que se les asigna en su producción. Por otra parte en los entornos urbanos, eminentemente del Norte, han aparecido movimientos que critican y plantean alternativas a los alimentos industrializados como los grupos ligados al Movimiento Slow Food, cooperativas o redes de consumo orgánico.

Solucionar el problema del hambre y las enfermedades relacionadas con la dieta pasa por nutrirnos y cultivar alimentos de una manera diferente, pasa por cultivar alimentos ecológicamente sostenibles y socialmente justos. Comer alimentos frescos, orgánicos, producidos localmente, de temporada y a un precio justo para el agricultor resulta caro y no todas las personas se lo pueden permitir. Comer bien, de manera saludable para nuestro organismo, con respeto hacia la naturaleza, etc. es caro y aquellos que no tienen suficientes recursos o no tienen tiempo para escoger y cocinar los alimentos, quedan relegados a comer alimentos de baja calidad y procedentes de la agroindustria.

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