Posos de anarquía

El País, el periódico global (y falaz)

El periódico El País vuelve hacerlo: una vez más, demuestra por qué hace mucho tiempo que dejó de ser un referente de la prensa española, al menos de esa en la que uno miraba un ejemplo de buen periodismo. En esta ocasión es por un editorial de política internacional que, de leerlo en papel lo usaría para envolver el pescado, y en digital, pestaña cerrada ipso facto.

Se trata del editorial titulado Crisis en el Sáhara, cuya autoría sólo me explico de dos modos: o quien lo ha escrito no está en modo alguno capacitad@ (su desconocimiento en la material es insultante) o, precisamente todo lo contrario, y entonces estaríamos hablando de un discurso interesado, de otra prueba de un diario convertido en perro de su amo. Personalmente, me inclino más por esta segunda opción.

Alabar la postura de Marruecos en el conflicto del Sáhara Occidental es una auténtica desfachatez. Más aún lo es reclamar algo al Frente Polisario, precisamente en la semana de su 42ª aniversario de la RASD (República Árabe Saharaui Independiente), los mismos años que lleva desterrado ilegalmente en uno de los desiertos más duros del mundo.

La persona que ha escrito el editorial de El País omite detalles de interés para el lector, como el hecho de que, tal y como ya describí en otro artículo del pasado mes de octubre, fue Marruecos quien incumplió el Acuerdo Militar firmado en 1991 por Marruecos y el Frente Polisario en la región de El Guerguerat. Fue el reino de Mohamed VI el que sobrepasó el muro de división y fue éste también el que llegó a cerrar la frontera con Mauritania el verano pasado.

El País omite todo eso, como también obvia en su reinvindicación del referéndum de autodeterminación el hecho de que si éste no se ha celebrado aún es porque Marruecos lo ha impedido. Aplaudir en este contexto la actitud de Mohamed VI, más allá de ser inaudito, es ruin.

El País, como todo PRISA en general con honrosas excepciones -y no hablo de l@s periodistas estrella, sino de 'l@s redactor@s llanos', porque hay que comer-, es una herramienta al servicio del neoliberalismo. Ese papel vigilante que, desde mi punto de vista, ha de ejercer el buen periodismo, encontrando el equilibrio entre la objetividad y el compromiso social, se ha esfumado.

Un editorial es opinión y en él se es libre de expresar -y delatar- su verdadera naturaleza, pero construir esa opinión sobre una realidad parcial o falsa no es tolerable. Y hoy, lamentablemente, asistimos a otro hundimiento de un periódico que un día los estudiantes de la facultad de Periodismo teníamos de cabecera y hoy no lo pondría ni en el revistero de un retrete.

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