Los medios de comunicación se llenarán hoy de noticias de la aprobación de presupuestos, de las elecciones andaluzas, de la resaca de un puñado de fascistas llenando iglesias para rezar a un asesino... pocas miradas se dirigirán a Corcubión (A Coruña), donde un racista indeseable que había golpeado a una mujer embarazada provocando después su aborto, ha sido condenado a cuatro meses de prisión y el pago de 80.000 euros en concepto de indemnización. A mí, me amargó aún más el café.
Imaginen: una mujer se prepara para salir del trabajo después de haber estado toda la noche haciendo pan. Suena el timbre de la panadería y se sienten golpes en la reja del portal. Al otro lado, gritos pidiendo un bocadillo; son de un tipo que vuelve de juerga, en compañía de más personas. Pasa el tiempo y la panadera decide salir, son las 6:30 de la mañana y lleva toda la noche trabajando, pero no toca descansar, toca hacer el reparto con la furgoneta.
El descerebrado que pedía un bocadillo le corta el paso y le propia un cabezado, comienza a zarandearla, a empujarla. Ella, aterrada, sólo piensa en su futuro bebé -estaba embarazada aún de 20 semanas-, se protege el vientre con los brazos, dejando al descubierto su cara, que recibe golpes.
Grita que no le pegue más, que está embarazada, pero el tipo está fuera de sí, su racismo, su xenofobia están desbocados... Además, es mujer y el animal cree que tiene barra libre para demostrar su hombría mal entendida... Salió así de casa, el alcohol sólo amplifica su naturaleza miserable. "¡Sudaca de mierda!", "¡Te voy a mandar a tu país en una caja!", grita el canalla. ¿Dónde estaban esas personas que acompañaban a este animal? ¿Por qué se cruzaron de brazos?
Esa noche fue el inicio de la caída a los infiernos de esta panadera. Una caída que duró veinte días en los que estuvo ingresando y saliendo del hospital. Finalmente, el desenlace faltal: rotuta temprana de membranas que provocó que pariera un feto muerto. El diagnóstico probado fue claro: aborto provocado por el estrés sufrido por la perjudicada ante la agresión. De hecho, cuando arrancó el juicio de primera instancia, la víctima estaba en tratamiento psicológico y psiquiátrico por estrés post-traumático.
Si la caída al infierno duró 20 días, su permanencia allí aún no ha terminado. Han pasado cuatro años ya desde aquella fatídica noche -sucedió un 9 de noviembre de 2014- y ahora, por fin, hay sentencia: esos cuatro meses de prisión y 80.000 euros de indemnización, por entender que el racista no tenía la intención de afectar al estado de gestación, a pesar de que mientras la golpeaba gritaba también "¡te voy a hacer parir!".
El dinero, así fuera un millón de euros, no atenuará el dolor de esta mujer, su miedo, su terror. Tampoco resolverá el racismo, la xenofobia y el machismo de este indeseable que ni siquiera pondrá un pie en la cárcel cuando, en realidad, además de merecer un castigo es más que evidente que precisa de una rehabilitación. La agresión de aquella noche fue un delito de odio en toda regla, agravado por el hecho de que la víctima era mujer. En este sentido, no pienso tanto en la privación de libertad como en una condena que le lleve a realizar trabajos sociales durante mucho tiempo con la comunidad inmigrante.
¿Saben cuál es la paradoja? Que posiblemente este tipo ruin vive gracias a la inmigración, pero a la que protagonizaron sus antepasados hacia las Américas. Entre los siglos XIX y XX, en un lapso de unos 60 años, alrededor de 1,6 millones de galleg@s emigraron y, entre ellos, muchísimos eran corcubiones@s. ¿Saben cuál es la diferencia? Que sus antepasados no encontraron a indeseables como él. "Corcubión. Los que te miramos desde estas hospitalarias tierra de América, sabemos todo lo que encierras de nobleza e hidalguía, y nuestro cariño hacia ti, va aumentando paulatinamente con los años de ausencia que el destino nos tiene deparados...". Estas líneas corresponden al corcubionés Nemesio Cereijo Díaz, que las escribió en 1925 en Buenos Aires. Algo que la sesera hueca de este mentecato no entenderá. Y 80.000 euros no ayudarán a entender, si no se acompaña de una re-educación. Ojalá lo hubieran visto así los jueces.