El hombre que soy es producto, mayoritariamente, de los hombres en mi vida. El hombre que quiero ser, en cambio, es fruto de la mujeres en mi vida. A ellas le debo especialmente una evolución, un continuo aprendizaje que, con todo el margen de mejora que aun resta, creo que me hace mejor persona. Por eso, a quienes hoy desprecian este 8M no les presto demasiada atención; prefiero centrarme en homenajearlas a ellas, en reconocer y en desear pornerme al lado de quienes se han convertido para mí en compañeras imprescindibles de viaje.
Estamos atravesados por el machismo. Todos. El hombre más feminista del mundo patina en algún momento de su vida, hace aguas. Aceptar esta realidad es una cosa y resignarse a aceptarla es otra. Con el paso de los años, si algo he aprendido es que ser feminista no viene de la noche a la mañana, ni puede aprenderse únicamente haciendo acto de autocrítica y repitiéndose cada día un mantra de igualdad como el pederasta que cree que por muchos padres nuestros que rece se le perdonarán sus pecados.
Ser feminista, evolucionar a ese estado en el que uno se autoanaliza en sus micro y macro machismos, pasa siempre por la mujer. En mi vida, y no es la primera vez que lo expongo públicamente en este espacio, siempre he aprendido más de las mujeres que de los hombres. En términos generales y particulares, esto es, referidos a la igualdad o, por ser más precisos, a la falta de igualdad.
Es imposible ser feminista si uno continúa viendo el mundo con ojos de hombre. Será un feminista incompleto. ¿Por qué? Porque no hay mayor bofetada de realidad que la que te propina una mujer cuando te cuenta su propia experiencia, cuando te revela comportamientos que, incluso, identificarlos a ella le ha costado un ejercicio de autoanálisis para darse cuenta de que los tenía tan interiorizados que los había normalizado, cuando no tienen nada de normal.
Ni siquiera los voy a detallar aquí, porque las mujeres conocen de sobre a qué comportamientos me refiero; como también los identifican los hombres, que como yo, han abierto bien sus ojos y sus orejas y se han dedicado más a escuchar a mujeres que a hablarlas; tod@s ell@s saben a lo que me refiero. Quienes no lo sepan, quizás es que les queda más camino por recorrer del que creían. La buena noticia, es que están a tiempo.
La buena noticia, también para mí, es que ellas siempre están, incluso, en lugares en los que no sé cuántos hombres estarían. La buena noticia es que las mujeres en mi vida van a seguir ayudándome a ser el hombe que quiero ser y no el hombre que soy. Junt@s, hemos avanzando muchísimo, pero quiero más, porque en esta lucha por la igualdad no hay espacio ni para el conformismo ni para la resignación. Quiero pensar que sí para el perdón, porque son muchos los errores cometidos y, al menos a mí, no me hace falta un 8M para que cada día se me presenten los fantasmas de esas meteduras de pata.
Disfruten, celebren, reivindiquen y extiendan este 8M y, en el caso de los hombres, agradezcan que todas esas mujeres nos enseñen el mundo con sus ojos para darnos cuenta de cuán miopes hemos estado, incluso, quienes creíamos habernos puestos gafas moradas. GRACIAS.