Posos de anarquía

Ni una guerra une a los políticos

Ni una guerra une a los políticos
Manifestación contra la guerra en Barcelona. - Pau Barrena / AFP

Cualquier persona con una mirada crítica volverá a sentir una gran desafección política por el modo en que los partidos españoles están abordando la guerra de Ucrania. Unos y otros se enredan en acusaciones y contradicciones que no hacen más que ilustrar sus inconsistencias, su visión cortoplacista y ese hilo conductor de su actuación, más ligado a las urnas que a cualquier otra consideración.

El posicionamiento ante una guerra como la que se vive en Ucrania debería ser común, pero ni siquiera en el seno del gobierno lo es. El PSOE comenzó dando palos de ciego, negando en un primer momento el envío de material bélico ofensivo para, días después, rectificar y anunciar en el Congreso que sí lo enviaría. No estaría de más hacer un seguimiento público de ese envío, no en términos literales por una obvia cuestión de seguridad, sino de que efectivamente ha llegado a su destino y no ha caído en manos equivocadas como ya sucediera en conflictos anteriores.

Unidas Podemos tampoco está mostrando una imagen que, vista con objetividad, genere demasiada simpatía. Más allá de que ni siquiera en sus propias filas hay consenso -con la voz discorde de su principal activo, Yolanda Díaz-, acusar a su socio de gobierno de "partido de la guerra" parece más un tiro a la desesperada que cargado de razón. No parece que en las filas socialistas deseen una guerra, ni siquiera en términos electorales, pues ésta va a arrasar también con el final de la legislatura de la recuperación que tanta falta le hacía a Pedro Sánchez para revalidar mandato tras la pandemia.

Sucede que en esta guerra, ningún partido analiza con criterio y para todos ellos es blanco o negro. Si Unidas Podemos (UP) apuesta por un mayor peso de la diplomacia, el PSOE tacha a los morados de ingenuos con su "no a la guerra", al tiempo que desde Ferraz se evita criticar a la OTAN y cómo la Unión Europea (UE) ha estado al dictado de la Casa Blanca. Por su parte, UP considera que intentar dotar a Ucrania de más medios para aguantar el envite ruso mientras continúan las negociaciones con el Kremlin vuela los puentes de la diplomacia, cuando no es necesariamente así.

Si miramos a la derecha, la situación es aún peor. El PP, absolutamente desnortado sumido en sus guerras intestinas y poniendo velas al santo Feijóo, confunde el "no a la guerra' de UP con defender los intereses de Putin, algo tan absurdo como descabellado. En su obsesión por sacar de la ecuación del gobierno a UP, los de Génova lanzan discursos que terminan dibujándolos como caricaturas, cuyo máximo exponente sigue siendo Aznar que, después de haber sido uno de los responsables de la guerra inventada de Irak en 2003, pretende ahora dar lecciones a España de liderazgo mundial. Debería andar el expresidente más callado y prudente después de haberse ido de rositas de un juicio por crímenes de guerra que nunca tuvo pese a merecer.

En lo que respecta a Vox, intentar encontrar profundidad en su pensamiento es tan infructuoso como buscar atisbos democráticos en su actuar. El partido de extrema-derecha se suma al PP al llamar a Putin comunista, pese a que los comunistas en Rusia se encuentran en la perseguida oposición. Vox y Putin tienen, en realidad, más cosas que les unen que que les separen. El ruso ha coqueteado durante mucho tiempo con la extrema-derecha europea, encontrando en presidentes como el húngaro Orban a uno de sus aliados -como le sucede a Abascal-, incluso, en plena guerra, pues el gobierno de Hungría ya se ha opuesto a que los envíos de armas para la resistencia ucraniana atraviesen su territorio.

Culminando el despropósito de estas posturas distantes entre partidos, aparece la histórica pleitesía que se rinde a EEUU, pese a que su arrogancia se encuentra detrás del estallido de esta guerra. Su ansia por ampliar al este los confines de la OTAN y aislar a Rusia no es la única causa de este conflicto, pero sí juega un papel crucial. Negarlo es negar la realidad, la misma que niegan quienes tras la desaparición del Pacto de Varsovia en 1991 han apoyado el mantenimiento de la OTAN en lugar de convertir a la UE en el actor relevante que debiera ser y no es.

En este aspecto, es penoso el actuar: analistas y políticos se esfuerzan en hablar de unidad europea mientras figuras como el presidente francés Macron se esfuerza en brillar aprovechando el vacío dejado por Merkel, en lugar de dejar la portavocía y contactos institucionales con Rusia a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen o al alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell. El galo le hace el juego a Putin, encantado de hacer lo posible para dividir a Europa.

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