El pasado martes se hizo pública la Estadística de Violencia Doméstica y Violencia de Género correspondiente a 2021, elaborada por el INE, y no llama al optimismo. Ya no es sólo que el número de mujeres víctimas de la violencia machista se haya incrementado un 3,2%, alcanzando las 30.141, sino que en el lado de los agresores, los hombres menores presentan las cifras que más crecimiento han experimentado con un alarmante 70,8%. Algo estamos haciendo mal.
Para quienes miramos más hacia la educación como remedio a la lacra de la violencia machista, en lugar de confiar únicamente en el castigo penal, las estadísticas son desoladoras. Estamos fracasando como constata el hecho de que los más jóvenes sean cada vez más machistas, consideren que la mujer, por ser mujer, es inferior y puede ser sometida hasta el punto de, prácticamente, ser una propiedad privada. En contra de lo que diga la extrema-derecha, la violencia contra la mujer es un problema estructural, como prueba que por cada hombre víctima de violencia hay 10 mujeres.
No es casual que España sea uno de los líderes mundiales en explotación sexual. Otra vergonzante estadística en la que los más jóvenes cada vez tienen más peso entre los puteros, esos que pagan por explotar sexualmente a una mujer. Ya hace mucho tiempo que la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP), así como la misma Policía Nacional, vienen alertando sobre el aumento de los puteros millennials.
Devolver al agresor machista adulto a la buena senda es complejo, mucho más que evitar seguir educando a nuestros menores en esa cultura que normaliza la violencia de género, hasta el punto de llegar a ponerla en valor en determinados casos. Recientemente, cuando Will Smith abofeteó a Chris Rock, un profesor de Inserción Social en un centro de FP me describía una realidad atroz: expuso los hechos en el aula y abrió el debate entre su alumnado, topándose con la sorpresa de que la mayor parte de las mujeres heterosexuales defendían la actitud de Smith, subrayando que, si alguien las insultara, agradecerían que su novio saliera al quite de ese modo. Una postura muy diferente entre las mujeres lesbianas, que reivindicaban la autonomía de la mujer para defenderse por sí misma sin la necesidad de un hombre.
El panorama es descorazonador, pero no debemos de anclarnos en ese estado de ánimo; lejos de bajar los brazos, es preciso realizar un diagnóstico de qué está fallando, por qué en lugar de reducir el número de agresores machistas jóvenes, lo estamos incrementando. Ello también va aparejado con el hecho de que las víctimas menores de 18 años también sea el grupo que más crece, con un 28,6%.
Sin ser un experto en la materia, la educación afectiva-sexual, tanto en la escuela como en casa, se me antoja esencial para que las estadísticas no vuelvan a dejarnos helados. Esa educación que la extrema-derecha frena, trata de desacreditar y contra la que arremete como ha hecho Vox en Andalucía, Comunidad Autónoma que, precisamente, lidera el número de víctimas con 6.720.
A veces tengo la sensación de que, como sucede en tantas y tantas causas del activismo social/solidario, predicamos entre iguales, entre quienes ya estamos convencidos y convencidas de la necesidad de apostar por la educación, en lugar de hacerlo entre quienes levantan esos muros a la razón para perpetuar la irracionalidad heteropatriarcal. Las cifras que acaba de revelar el INE no alertan de que los jóvenes de hoy sean los agresores machistas del mañana, ya son los de hoy, ya se están cobrando víctimas.