Un partido que anhela los años de la dictadura franquista y que considera que ésta fue una época más próspera que la actual no cree en la democracia. Eso es Vox y este es el motivo porque la formación de extrema derecha acumula ya numerosas llamadas de atención por saltarse a la torera el Código de Conducta de las Cortes Generales. La España que madruga -como se denominan- que sin embargo menos aporta en el Congreso anda quizás en otros menesteres y, precisamente por eso, sus 52 diputados y diputadas se niegan a cumplimentar como es debido sus declaraciones de intereses económicos.
Vox se mofa del Congreso y completan sus declaraciones con respuestas tipo que la Oficina de Conflicto de Intereses considera que "no resulta creíble, ni compatible con el sentido de la norma". Puro papel mojado. Escudándose en que acatar la Constitución con su escaño ya es muestra sobrada de su compromiso, los representantes ultras se niegan a describir sus intereses previos, impidiendo comprobar si su actividad parlamentaria se mueve por motivaciones particulares. Vaya por delante, eso sí, que la voluntad de transparencia de la mayor parte de sus señorías, sean del partido que sea, brilla por su ausencia, pero en el caso de la extrema derecha se destila cierta tomadura de pelo.
Cuando alguien oculta premeditadamente unas actividades que pueden generar conflicto de intereses lo más normal es que tal conflicto se produzca. De otro modo, ¿qué sentido tiene ocultarlo? Pues Vox lo oculta; sus 52 diputados y diputadas se niegan a detallar a qué se dedicaban en los cinco años previos a tomar posesión del escaño, haciendo temer lo peor. Vox tensa la cuerda, quizás para intentar ganar así la relevancia mediática que no consigue por su pobre actividad política, vacía de propuestas. Como la rueda defectuosa de un carro, Vox es la que más ruido hace pero menor desempeño ofrece para favorecer el movimiento.
No es la primera vez que la extrema derecha se quiere saltar las normas, erigiéndose como los más indicados para determinar qué es y qué no es lo legal. Por este motivo, escuchar a su líder, Santiago Abascal, avanzar que se disponen a desplegar toda una batería de medidas económicas es tragicómico considerando que en los años pasados sus programas electorales se han plasmado en una cuartilla.
Tras el fiasco de las elecciones andaluzas con una Macarena Olona en sus horas más bajas, Vox se resiste a aceptar haber tocado techo electoral. El PP va comiéndole terreno simplificando sus mensajes para esa parte del electorado que le basta con resucitar al fantasma de ETA más de una década después de su desaparición, creyendo que así capearán un peor y más tangible fantasma como es el de la recesión. Abascal pierde fuelle y teme una debacle electoral en las autonómicas y municipales de mayo de 2023 que ni sus "cañas por España" pueden evitar. El problema se mitigará, pero no desaparecerá, porque no es que su electorado ultra desaparezca, sino que volverá a su casa original, el PP, pero su latencia seguirá siendo peligrosa.