La victoria de la socialdemócrata Magdalena Andersson en Suecia con más del 30% de los votos ha quedado empañada por el ascenso de la extrema derecha, que se convierte en la segunda fuerza política del país con más del 20% de apoyo del electorado. En época de incertidumbre, el fascismo toma impulso con su lenguaje simplón que continúa calando en ciertos segmentos de la población. Suecia no es una excepción; todo apunta a que la ultraderechista Georgia Meloni se alzará también con la victoria en Italia. ¿Y en España? ¿Qué sucede con Vox desinflado? En España ya está el PP.
Europa no escarmienta. Desde el siglo pasado, las crisis económicas son el mejor caldo de cultivo para la extrema derecha, que sabe cómo encandilar al electorado ante la incapacidad de la izquierda. La transversalidad del mensaje parte de arriba a abajo, pues tras las respuestas fáciles a problemas complejos no hay más que más desigualdad, privilegiando a los estratos superiores de la sociedad, satisfechos por la ingenuidad o estupidez de quienes desde abajo los elevan.
Los mensajes que han llevado a los fascistas de Demócratas de Suecia (DS) a ser la segunda fuerza más votada son los históricos que fomentan el odio a la migración, criminalizando especialmente a la comunidad musulmana. Meloni es un calco en Italia como en España lo es Santiago Abascal (Vox). La diferencia en nuestro país es que Vox se desinfla. El fracaso de Macarena Olona en Andalucía y su posterior espantada en mitad de una sobreactuada dimisión ha marcado el otro punto de inflexión desde el sur: si Andalucía marcó en 2018 el ascenso de los secuaces de Abascal en España, esta misma Comunidad parece haber sido escenario del inicio de su declive.
La tendencia a la baja de Vox es evidente y con las aguas revueltas por el enfrentamiento de dos de sus bastiones -Abascal y Olona-, su líder anda agazapado en su madriguera, ocultándose de la opinión pública. Alberto Núñez Feijóo se ha revelado como el gobernante que fue en Galicia, donde la moderación se ligaba más al discurso que a la acción, y el PP poco a poco va recuperando en su seno al electorado ultra, tanto al nostálgico como al de nuevo cuño.
No sólo juegan un papel clave personajes como Isabel Díaz Ayuso, cuya proximidad a los discursos de Vox son más que evidentes gustando más en Madrid que, incluso, Rocío Monasterio; también el abierto populismo de Feijóo, cuya máxima es oponerse sin proponer. Una semana después del debate que tuvo lugar en el Senado sobre las medidas de ahorro energético, el PP parece que remitirá al fin su plan, el mismo del que el líder de los populares presumió en la Cámara Alta y que nadie conoce, pues pese a la solicitud por parte de los medios, ninguno pudo obtenerlo, sencillamente, porque no existía.
Feijóo riza el rizo y ya ni siquiera aporta soluciones fáciles a cuestiones complejas: está consiguiendo remontar en la demoscopia con el único combustible que el ruido, que la frontal oposición sin propuestas factibles. Lo curioso es que funciona y desde la izquierda no se sabe/no se puede desactivar, al menos, por ahora. Como sucede en Suecia o Italia -y previamente en Francia, donde Macron sudó frío para ganar a Le Pen-, los cantos de sirena de la extrema derecha son efectivos y van a terminar encallando a las clases populares en los arrecifes de la exclusión.
España volverá a mirar en mayo a Madrid, donde si Ayuso revalida victoria electoral con la misma contundencia con que lo hizo dos años atrás no habrá escapatoria para las generales del año siguiente. ¿Cómo salvar a un pueblo cuando ni siquiera despierta al mostrarle la sangre que deja el rodillo de desigualdad de la derecha? Y en regiones como Madrid, el estropicio es innegable.