Durante los seis días de FiSahara, la prensa que se desplazó hasta los campamentos de población refugiada saharaui de Ausserd ha ido enviando sus coberturas realizando un magnífico trabajo. Con sus artículos, los ya publicados y los que vendrán, no sólo describen un festival único en el mundo, sino que también comparten una radiografía de la precaria situación de subsistencia a la que el pueblo saharaui lleva enfrentándose durante casi medio siglo porque la Comunidad Internacional, con los sucesivos gobiernos de España a la cabeza, han decidido que sus vidas no valen nada, que Marruecos puede violar el Derecho Internacional impunemente. Sin embargo, existen otras pequeñas grandes historias de FiSahara que no se cuentan, que se ignoran, pero que hacen aún más increíble este festival.
Conocer la intrahistoria de FiSahara, sin duda, ayuda a comprender la magnitud de este evento que nació con dos objetivos fundamentales: llevar más cultura a los campamentos y hacer que durante esa semana fuera inevitable que no se dirigiera un foco de información hacia aquel recóndito rincón del mundo no apto para la supervivencia de cualquiera. El primero se ha conseguido con creces, hasta el punto de que la Escuela de Cine Abidin Kaid Saleh creada por FiSahara ya ha superado la década de vida. El segundo aún cuesta, si bien es cierto que quienes rehúyen de mirar hacia los campamentos terminan retratándose públicamente.
La directora ejecutiva de FiSahara, María Carrión, acostumbra a decir que se puede planificar el festival de veinte maneras diferentes y su desarrollo último nunca coincidirá con ninguna de ellas. Sin embargo, el resultado es todavía mejor. Mucho antes de aterrizar en los campamentos, surge una interminable cadena de imprevistos. Los hay de todo tipo y dimensión: desde el experto en sonido que se fractura unas costillas y no puede desplazarse hasta los campamentos, a actores embarcados en la edición de este año que a última hora les cambian las fechas de rodaje y se caen del vuelo.
Aunque algunos de los obstáculos que FiSahara se encuentra en su camino son previsibles, como que Marruecos mienta sobre la presencia de una actriz cuya teleserie es un éxito también en el reino alauita o que otro país impida la salida del país de una activista que iba a presentar una de las películas. Otros, en cambio, no los ves venir y pone en riesgo la participación de personalidades en el mundo de la comunicación y los Derechos Humanos, cómo que a una semana del festival se produzca un golpe de estado en el país africano del que procede una de ellas o que un huracán caribeño casi impida volar hacia Madrid, desde donde partió el chárter con cerca de doscientas almas.
Ya en los campos de refugiados y refugiadas, la improvisación es la norma, topándonos con situaciones inimaginables. Tal es el caso de ser capaces de enviar a una televisión varios gigabytes de vídeo con un modem Wi-Fi, encaramándonos a los tejados para obtener mejor cobertura, y que una vez recibido el enlace de descarga, la televisión comunique que desde España tarda mucho en bajar para reproducir.
Y es que las comunicaciones es uno de los problemas a los que se enfrenta el festival y la prensa que acude a él. Desde España lo pudieron comprobar en directo los espectadores del Canal 24 horas de TVE, cuando después de una conexión en vivo para entrevistar a Amaral finalmente se cortó la comunicación. Hasta en cuatro o cinco ocasiones estuvimos a punto de conseguirlo pero la conexión siempre jugaba una mala pasada. "Esto es FiSahara, hay que sufrir para conseguir un final feliz", consolaba a Iván Prado, portavoz de Pallasos en Rebeldía, a lo que él respondía sonriendo, "ya, pero si fuera un poquito menos FiSahara...".
El surrealismo puede alcanzar cotas inconcebibles en los campamentos mientras transcurre el festival... incluso, que el premio se escape. La camella blanca que se entrega a la película ganadora llegó este año desde Malí, siendo además un ejemplar que se utiliza para carreras. Cuál fue la sorpresa al ir a por la camella al lugar donde ya reposaba poco antes de la inauguración y comprobar que se había soltado y se alejaba hacia el desierto. La odisea para volver a recuperar a la camella fue, sencillamente, inenarrable, poniendo incluso en riesgo la vida del director del festival Tiba Chagaf. Disfrutando posteriormente del final feliz, en el que el director ganador Rabah Slimani cedía la camella a la Escuela de Cine y ésta a la wilaya de Ausserd, las bromas eran inevitables, imaginando un titular semejante a "Muere el director de FiSahara a manos (pezuñas) del premio del festival".
El anecdotario de FiSahara es interminable, como lo es la lista de proezas que realiza el equipo saharaui-español del festival para poder sacar adelante esta cita anual con el cine y los derechos humanos. Solo gracias a este equipo cohesionado -al que me enorgullece pertenecer-, en el que se apoyan unos en otras y viceversa, siempre dispuestos y dispuestas a ejercer cualquier otra función que les es impropia y con una estructura vertical de iure y horizontal de facto, ha sido posible, una vez más, obrar el milagro de FiSahara. Este año, incluso, conectó tres continentes simultáneamente (Europa, América y África) para el estreno mundial de Pequeño Sáhara, del realizador Emilio Martí, que recibió una mención especial del jurado.
Si en unas condiciones tan precarias, tan absolutamente calamitosas, el pueblo saharaui es capaz de levantar un festival al que Marruecos ha querido imitar en vano en el Sáhara Occidental invadido, imaginen de lo que sería capaz en su tierra. Mohamed VI lo sabe y, precisamente por ello, se retuerce como animal malherido buscando socios a su infamia como Pedro Sánchez. Su padre Hassan II ya salió escaldado una vez con una clamorosa derrota; él seguirá sus pasos. Hacen mal, muy mal, quienes subestiman al pueblo saharaui y confío en que no tarden en experimentar con toda su crudeza las consecuencias de ello.