Las imágenes del hospital de La Paz en Madrid nos devolvían ayer a la realidad: los servicios públicos se encuentran cada vez más deteriorados y esta misma tarde los colectivos sanitarios se plantean acudir de nuevo a la huelga. La pregunta es inevitable: ¿qué puede haber más importante para un gobernante que mejorar la vida diaria de la ciudadanía? Nada y, sin embargo, no es lo que se percibe.
La transferencia de las competencias en nuestro modelo autonómico ha derivado en que sean los gobiernos regionales los que toman más medidas que impactan directamente en nuestro día a día. Con la misma intensidad con la que sus responsables se aferran a esas competencias, deberían asumir la responsabilidad que conllevan.
Nos encontramos en precampaña electoral y vamos a asistir a un recrudecimiento de la guerra de cifras y estadísticas engañosas que tan sólo persiguen manipular al electorado. A muchos gobernantes se les llenará la boca con aumentos porcentuales del gasto en Sanidad cuando, en realidad, ese dinero va a parar a conciertos con la privada -eso no lo precisan-. No son necesarios tantos dígitos para tomar una primera fotografía, para retratar en persona la realidad que nos asola. Se siente en la piel, en nuestras propias carnes.
El caso de Madrid ilustra muy bien este fenómeno. Presume su presidenta Isabel Díaz Ayuso de que la Comunidad que gestiona es el motor económico de España pero, ¿de qué le sirve eso a su ciudadanía? No hace falta saber que Madrid es la tercera región que más dinero recibe del Estado para ser consciente de que el centralismo del país propicia las condiciones para que los recursos disponibles sean ingentes. La clave es la gestión, ¿dónde va a parar toda esa riqueza cuando no se revierte en el pueblo?
Cada vez más las personas pierden el interés en saber si Madrid solo ha ejecutado un tercio de los Fondos Europeos que el Gobierno de España le ha inyectado; sólo quieren saber si el médico de Atención Primaria les atenderá al día siguiente o si podrán acudir a urgencias de su ambulatorio sin tener que enfrentarse a un plasma. El hartazgo de la gente por el autobombo de las Administraciones va en aumento; incrementos del 12% en Sanidad o Educación, como propugna Madrid, suenan a hueco cuando uno ha de recorrer decenas de kilómetros para ser atendido por un dolor abdominal o no puede matricular a sus hijos/as en el barrio en un colegio público porque solo se cede terreno a educación privada y concertada.
No hay mejor termómetro que la vida diaria; comprobar si la ayuda a la dependencia de tu madre no llegó a tiempo antes de su fallecimiento, si las becas comedor no alcanzan, si tu padre permanece en el pasillo de las Urgencias de un hospital durante días. Basta repasar las condiciones del transporte público o cómo cambian la recogida de basuras y limpieza de las calles al pasar de un barrio a otro; con padecer la carencia de servicios públicos en determinados pueblos es suficiente para preguntarse cómo se gestionan los impuestos que tanto cuesta pagar, mientras los más ricos tributan menos.
A las puertas de unas elecciones municipales y autonómicas sería muy conveniente no dejarse embaucar por cifras que la ciudadanía no tiene a su alcance contrastar; bastan dos referencias: la certeza de a quién pertenecen las competencias y la constatación diaria de si nuestra vida es o no más llevadera, si en lugar de toparnos con más obstáculos, la Administración nos allana el camino, si pensamos en ella en términos de amparo en vez de amenaza. Si no es así, tiene un problema cuya posible solución llega en forma de papeleta electoral. Al menos, merece la pena intentarlo.