A Mayor Oreja, gran diestro y gran defensor de las tradiciones patrias, le molesta mucho que se retransmitan corridas de perroflautas por televisión, en especial el tercio de varas. Ese espectáculo sanguinario podría animar a los espectadores a tirarse al ruedo, o peor todavía, a apuntarse a un cursillo rápido de antidisturbios y lo cierto es que no todos dan el perfil de ceporro. Ser antidisturbios de verdad es como ser torero: hay que tener vocación de matarife, de carnicero que ejerce su oficio en las plazas (Las Ventas o Neptuno) para que a ciertas señoras con mantilla y peineta se les mojen de gusto las bragas.
La televisión se inventó básicamente para retransmitir misas, galas de Bertín Osborne, sesiones parlamentarias, telediarios prefabricados desde Génova y otros espectáculos taurinos, aunque no haya apenas diferencia entre unos y otros. Al español no le conviene que la pantalla se abra como otra ventana a la calle porque la calle ya está demasiado jodida como para que te ofrezcan dos tazas. Si el español quisiera echarse al monte, saldría a pasear con una pancarta; si quisiera salir a protestar en vez de tragar mierda por un tubo catódico, tiraría el televisor por la ventana. Pero el español lo que quiere es distraerse, reírse un rato, olvidarse de la miseria que cobra, del trabajo que no tiene y de todo el dinero que le roban. Por eso ha vuelto Mayor Oreja a vestirse de luces (pocas), para que la fiesta no decaiga.
Es un despropósito eso de mostrar la realidad en vivo y en directo: la realidad hay que cocinarla primero porque si no, se te puede indigestar como un cacho de carne cruda. Lo que quiere Mayor Oreja es tranquilizar a la opinión a capotazos, del mismo modo que se tranquilizaba a aquellos médicos de la Cruz Roja que visitaban un campo de concentración nazi y veían a los prisioneros judíos tomando lecciones de piano; o que a aquellos periodistas suspicaces que iban a informar sobre la hambruna en Ucrania y los llevaban a un koljós lleno de bolcheviques gordos y pollos correteando por la estepa. Para eso están diseñando una programación que oscila entre la carta de ajuste y el NODO.
La realidad da mal por televisión, sale fea, mansa, embistiendo lo justo, sangrando mucho, pasando hambre, dando lástima. Mucha tauromaquia, sí, pero el español que quieren criar estos ganaderos del PP no es un toro bravo sino un cabestro que vaya de la tele a la alfalfa y de la alfalfa a la tele antes de trocearlo y sacarle sus buenos filetes. A Mayor Oreja, el Niño de Donosti, lo del toreo al natural no acaba de gustarle, pero sus derechazos da gloria verlos.
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