Decía Ambrose Bierce que en navidades conmemoramos el nacimiento de un niño pobre mediante el despilfarro y la glotonería. También aseguraba que los cristianos son una secta derivada de la tribu de los Hipócritas cuyas principales actividades son la estafa y el asesinato, los cuales ellos denominan "comercio" y "guerra". Ser cristiano, remataba Bierce, es seguir las enseñanzas de Cristo en la medida en que no sean incompatibles con una vida de pecado. Todas esas definiciones siguen siendo asombrosamente precisas, y nuestros dirigentes siguen incumpliendo las Tablas de la Ley con tal diligencia que, para ser consecuentes, en vez de Misa del Gallo deberían celebrar un aquelarre para saludar la llegada del Anticristo.
Mientras escribo esto, el monarca se prepara para darnos su enésima matraca televisada no sólo en calidad de jefe del estado sino también como reflejo minuciosamente invertido de aquel portal de Belén donde supuestamente Dios vino al mundo sin más abrigo que la paja y el aliento de una vaca. Nos contará una vez más sus batallitas omitiendo los detalles jugosos, las matanzas de animales, las collejas al chófer, los líos palaciegos, los negocietes y adulterios de una familia desestructurada que merecería un real reality de 24 horas en lugar de un escueto y apócrifo mensaje navideño.
Ana Botella también nos ha deseado felices fiestas sin que le tiemble un pelo (que para eso se lo almidona de laca), sin una sola brizna de remordimiento por esos cinco muertos en una vergonzosa catástrofe cuyo responsable último lleva su nombre y cuyos pormenores han barrido bajo la alfombra. Ana Mato, más que a su nombre, hace honor a su apellido mientras sigue desmantelando la sanidad pública, arrojando a la calle a los inmigrantes y entregando los hospitales a mercaderes sin escrúpulos. Si uno fuese un auténtico cristiano pensaría que lo único que puede limpiar tanta infamia es un segundo advenimiento, otro aterrizaje de la divinidad que mandara a las cloacas del infierno tanta falsedad y tanta codicia.
Sin embargo uno es un cristiano de pega, como ellos, un cristiano de fogueo cuyas creencias se limitan a los regalos y los villancicos, al turrón y a la zambomba. La Navidad es un dulce demasiado empalagoso y diabético: únicamente los niños pueden tragárselo sin vomitar del asco. En estas fechas en las que tantos van a indigestarse (como los glotones del Fondo Monetario Internacional, que se han pegado un banquete a crédito), yo me acuerdo de Willy Uribe, que lleva dos semanas sin comer pidiendo el indulto para David Reboredo, y de tantos médicos y profesionales que han iniciado una huelga de hambre para intentar frenar tanto despropósito, tanta desvergüenza, tanta injusticia. Willy interroga a Gallardón y a Rajoy, les pregunta qué creen qué haría Jesucristo estos días. ¿Se sentaría a la mesa del FMI o haría compañía a los presos? ¿Compartiría Jesucristo el cava con Gallardón o con David Reboredo? Es una pregunta de fácil solución porque me parece que esta gente de cristiana tiene bien poco. Yo creo que son más de Messi.
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