Como soy un poco despistado, pensé que ayer clausuraban el hemiciclo porque Draghi iba a torear en el Congreso de los Diputados. Le pregunté a un ujier y me dijo que estaba todo vendido pero que por cien euros me conseguía un asiento en andanada. "¿Draghi?" pregunté un poco escamado. "Es que con ese nombre no sé yo si será buen diestro". "Más diestro no puede ser" respondió el ujier, que ya pasaba almohadillas de contrabando.
No acababa de calzar a Draghi en el traje de luces, ni siquiera en el de banderillero; le veía como mucho cara de picador, con el castoreño terciado y metiendo el puyazo hasta el hígado. Pero prefería no imaginar quién iba a ejercer de caballo aunque ya me iba haciendo una idea. Luego todo se quedó en mi imaginación porque fue una sesión a puerta cerrada. "Es por el olor" dijo alguien. Yo pensé que mejor sería que Draghi se anduviera con ojo, que al menor descuido le endosaban los cuadernos de Bárcenas.
Al final resultó que Draghi no venía a torear sino sólo a explicar cómo darnos la puntilla. Entre el toreo y la banca hay cada vez menos diferencias. Ambas son disciplinas en que un matarife se reviste de adornos y adjetivos para burlar a una bestia noble, torpe y confiada. El toro entra al trapo con la misma ilusión con que el pueblo entra al banco. Al igual que el banquero, el torero trabaja básicamente con engaños, ocultándose detrás de maniobras vistosas de nombres resonantes (verónicas, chicuelinas, preferentes) cuya única finalidad es demostrar al pobre bruto quién manda. Ciertamente, el torero corre algún riesgo, más que nada porque los toros no son del todo gilipollas. Cada mil corridas, más o menos, un matador visita el hospital, pero en este país no se sabe de un solo banquero que haya acabado empitonado.
A esto debía referirse Toni Cantó ayer cuando decía que los animales no tienen derechos, ni derecho a la vida ni a la libertad. Otros, en cambio, piensan que sí y por eso le dejaron seguir hablando. Yo siempre había creído que UpyD eran las siglas de Upa Dance, aquel grupo de chavales dedicados al baile berrendo, pero luego pensé que no, que los chavales se merecen un respeto, que al menos a ellos no los han trincado en chanchullos tan turbios como los que tramaron los boy scouts de Rosa Díez en Valencia. Todavía no son un partido político serio y ya son un partido corrupto hasta la bola. Pero al menos ha servido para que Toni Cantó abandone el teatro, algo que nunca agradeceremos bastante. Sólo por apartar a este chico de las tablas ya habría que declarar a UpyD Bien de Interés Cultural, tal vez no al mismo nivel que los toros pero similiar al de arrojar una cabra de lo alto de un campanario.
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