Anda la cúpula genovesa dolida y escocida por las palabras de Aznar, tan dolida y escocida que ni se rascan, lo cual es la señal exacta para calibrar el alcance del daño. Cuando a un boxeador le meten una hostia bien dada, entonces se refugia en las cuerdas, sonríe y niega mucho con la cabeza para quitar importancia al golpe. Que es exactamente lo que hizo Mariano ayer después de que le preguntaran media docena de veces qué opinaba de la paliza propinada por su padrino político. "Nada, yo no opino nada sobre ex presidentes" dijo, como si no recordara ni el nombre del tipo que le concedió el poder a dedo, al estilo de Dios a Adán en el fresco de Miguel Angel sólo que con la barba cambiada, trajes y bigotes por en medio.
El próximo ex presidente (en diferido) negó a su antecesor en el cargo no tres veces, sino seis, para mejorar la marca de San Pedro en una perfecta exhibición de cristianismo. Exagerando un poco, uno diría que Mariano todavía estaba atónito después del vapuleo si no fuese porque atónito, lo que se dice atónito, Mariano ya viene atónito de fábrica.
De cualquier modo, el asco que se profesan los dos ex presidentes, el futuro y el pasado, no es nuevo, sino que viene enquistado desde antes del nombramiento, casi desde el día en que Jose Mari se compró el cuaderno azul y empezó a garabatearlo entre delirios de grandeza (la historia del PP es la historia de unos cuantos cuadernos, de momento, el azul y el de Bárcenas). Cuando se le pasó la resaca imperial y empezó a echar cuentas, Jose Mari se percató de que de las 48 páginas del cuaderno, le sobraban 47 y media. Tres candidatos es todo lo que tenía Jose Mari para dirigir España, lo que da una idea de cómo andaban España y el PP por aquel entonces.
En sus Memorias, probablemente el libro más divertido de la última década, Jose Mari escribe que la decisión de no presentarse a un tercer mandato fue la más difícil que tuvo que tomar nunca (debía escoger entre seguir salvando España o perfeccionar su inglés en Georgetown). Pero sabía de sobra que con él rompieron el molde y que, eligiera a quien eligiera, iba a equivocarse. No se equivocó aunque acertar tampoco puede decirse que acertara. Después de unos cuantos meses de concienzudos y sesudos análisis, el pito pito gorgorito decidió que el sucesor fuese Mariano, opción digital que, vistas las otras dos posibilidades, a lo mejor fue una suerte. El caso es que, durante los ocho años de desierto, el flamante ex presidente asistió estupefacto a las muestras de papanatismo de las que hacía gala Mariano, como si aún pudiera sorprenderse de un hombre que encaró la catástrofe del Prestige con el mismo tesón que un maniquí de El Corte Inglés pero con puro y barba. Cuando le decían que vaya ojo había tenido, Jose Mari replicaba impertérrito que él había elegido a un presidente, no a un jefe de la oposición. Nos faltaba saber la opinión del ex líder mundial sobre la gestión presidencial mariana y al final no ha resultado muy distinta de la de cualquier pelanas del 15-M. En cuanto a la opinión de Mariano, repetimos: no sabe, no contesta. El no opina sobre ex presidentes, excepto un poco sobre José Luis, cuando se acuerda del país que le dejó en herencia.
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