Mis amigos extranjeros se sorprenden cada Nochebuena cuando ven que muchas familias españolas se reunen puntualmente ante la pantalla de televisión para atender el mensaje del rey Juan Carlos. No acaban de comprender que, igual que otros países tienen a Santa Claus o a Papa Noel, con sus barbas, sus trineos, sus renos y sus sacos de regalos, nosotros tenemos a un monarca que se aparece por televisión cada Nochebuena para soltarnos un sermón y desearnos felices fiestas. Mis amigos guiris no acaban de captar la relación lógica que se establece de golpe entre la monarquía, la navidad, la política y la televisión. No entienden por qué algunos españoles se echan a reír al verlo mientras que otros se echan a llorar. Como todas las costumbres, ésta nuestra es bastante difícil de explicar.
Francamente (y disculpen el adverbio) no sé cuándo empezó la ceremonia borbónica de sentarse delante del televisor y repasar los mejores momentos del año. La crisis económica, las tensiones nacionalistas, la corrupción, todo dicho como de pasada, con goma de borrar, diluido entre topicazos, una larga matraca de lugares comunes sin apellidos ni nombres propios, sólo para reforzar un bonito mensaje de unidad y cohesión, como si España fuese un club de fútbol. Cada discurso borbónico es prácticamente una fotocopia del discurso del año anterior en la que sólo cambian un par de detalles: un adjetivo, un verbo, las bolsas de los ojos, una arruga más en la chaqueta, dos en las mejillas. Al día siguiente (bueno, al día siguiente no, porque en Navidad las rotativas descansan, digamos mejor hoy) todos los periódicos dedican al discurso real alabanzas y genuflexiones sin cuento en las que, igual que los comentaristas deportivos con los goles de Messi, desmenuzan los párrafos más sabrosos y analizan los mejores requiebros.
La ceremonia está tan arraigada que lo más lejos que se ha llegado en España en sentimiento antimonárquico es sugerir que se apague el televisor durante la emisión, acto revolucionario y republicano donde los haya. Es una rabieta infantil, de acuerdo, pero es que la navidad, el belén, el árbol con los regalos y el mensaje real nos ponen a los españoles tiernos y mimosos, nos predisponen a la niñez y nos dejan listos para los especiales de humor de Nochebuena. Papá Noel, Santa Claus, el rey Juan Carlos, el turrón, el cava, Alaska, Mario Vaquerizo y José Luis Moreno. El orden de los factores no altera el producto navideño.
Como escritor profesional no sé qué me admira más: si el trabajo del redactor encargado de escribirle el discurso al rey o el trabajo de los comentaristas cortesanos que cada año glosan los mismos sintagmas adocenados procurando evitar cada una de las zanjas que ha evitado previamente el discurso real. Es una formidable exhibición de virtuosismo repetir año tras año el mismo mensaje de unidad y reconciliación pintando un país en que cualquier parecido con el de la realidad es pura coincidencia. Cuentan con la ventaja de que el español es un idioma rico en sinonimia, pero incluso en español los sinónimos se agotan. Nuestra paciencia, por lo visto, no.
Comentarios
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