No estoy seguro, pero creo que fue André Gide quien contaba aquella terrible historia de Oscar Wilde, quien en sus años finales vagaba por Francia como la caricatura de un ex presidiario arrastrando la bola de la cárcel. Era muy triste contemplar a quien había sido el arcángel más lúcido de los teatros de Londres, faisán de los burdeles y juez supremo de la elegancia continental, convertido en un estibador gordo y desangelado: la ropa ajada, la piel mortecina, las ojeras, la cara abotagada y grisácea de donde colgaban ya diversos anuncios de desahucio. Alguien le preguntó cómo se le ocurrió denunciar a Queensberry, sabiendo de sobra que el juicio estaba destinado a perderlo y que al final la justicia le pasaría por encima como un carruaje. Wilde respondió con un poema: "Sólo quise conocer el otro lado del jardín".
Da un poco de vergüenza, por no hablar del repelús, citar a Jaume Matas después de Oscar Wilde, pero la horticultura siempre tuvo sus riesgos. Además, en sus períodos de esplendor, que fueron muchos y extensos, Matas llegó a aspirar todas las flores de la gloria. Fue ministro y presidente de la Comunidad Balear y nada menos que Aznar lo puso como ejemplo de limpieza. Luego supimos que, con lo de la limpieza, Aznar se refería a la obsesión escatológica que llevó a Matas a instalar en su palacete de Palma más de 40 felpudos a 800 euros la pieza y varias escobillas de retrete a casi 400 euros cada una. La limpieza, como siempre en el PP, era una cuestión doméstica. Fuera de casa, la mierda campaba por todo el archipiélago (Palma Arena, Nóos, Over Marketing, financiación ilegal del PP balear) en una sucesión de podredumbres tan hedionda que tuvo que echar mano de cómplices, el más famoso de los cuales, María Antonia Munar, le lleva casi un año de ventaja entre rejas.
Entre sus muchos delirios megalómanos, Matas tuvo la fantasía de levantar un palacio de ópera como el que le ofreciera a Wagner Luis II de Baviera, quien vio en un sueño el cisne blanco de Lohengrin descendiendo por un río y lo interpretó como una señal del destino. Matas también, aunque él no vio exactamente a un cisne blanco trayendo el póster de un compositor genial y cabezón, sino una kilométrica riada de cemento con la que dejar Mallorca petrificada de estupor por los siglos de los siglos. Cuando lo condenaron, no se lo podía creer; al fin y al cabo no había hecho otra cosa que obedecer las directrices de un partido que ha hecho de la mafia su evangelio. Desde el Gürtel hasta la tesorería podrida con metástasis en Suiza, pasando por cualquier indecente corruptela de pueblo, Matas únicamente había seguido el ritmo de la conga. Fue impagable ver su harinosa cara de asombro mientras explicaba por qué le había entregado una carretada de billetes a Urdangarín; utilizó exclamaciones, cursivas, negritas y acentos circunflejos como una fan de One Direction a quien le preguntan si quiere tener un encuentro a solas con el grupo en los lavabos: "¡Porque era el Duque de Palma!"
Al final se equivocó Aznar en ponerlo como ejemplo de Marca España, pero no por la putrefacción, que eso salpica a casi todos, sino por su ingenuidad, esa inocencia adánica con que creía que de verdad iba a salir limpio de tanto pelotazo, lo mismo que Mariano después de rebozarse entre Bárcenas. Al mostrar su alegría cuando le redujeron la condena casi nos dio lástima; llegó a decir que los jueces se habían equivocado con él, y por una vez acertó: por eso han decidido meterlo una temporada en el trullo, a ver si se calla y aprende. Ahora va a pasarse el verano a la sombra, en el mismo establecimiento penitenciario que inauguró, una doble paradoja porque será de las pocas veces que la industria del cemento mallorquín sirva para algo útil. Al igual que Oscar Wilde, Matas va a conocer el otro lado del jardín, donde en vez de flores crecen patatas.
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