Es evidente que Mariano vive desde hace años en un mundo paralelo y más incluso: en un mundo para lelos. No hay otra forma de aceptar su defensa numantina de Rita Barberá más que apelando a un cociente intelectual de una cifra: "He hablado con Rita Barberá y me ha dicho que es inocente". Habría otra forma, sin embargo, que sería trasladándonos a la Edad Media, desfafío tecnológico en que el actual gobierno lleva empeñado toda la legislatura y en el que el país entero ha retrocedido a razón de dos siglos por año. Ahí, en ese auto de fe perpetuo en que consiste su muy particular código ético, Mariano ha puesto sucesivamente la mano en el fuego por Francisco Camps, Luis Bárcenas, Carlos Fabra, Ana Mato, Rodrigo Rato, todos ellos ninots se han ido chamuscando uno detrás de otro en diversos grados, aunque su mano, por alguna inexplicable clase de milagro, continúa intacta. La necesita para cumplir aquella solemne promesa que hizo, cuando dijo que iba a dejar España como Matas dejó las Baleares. Flotando.
La mejor cortina de humo de que dispone el presidente para intentar disimular la repugnante peste a corrupción que emana de sus filas es el propio presidente. Por eso, entre los analistas empieza a crecer la sospecha de que la mayor parte de sus lapsus, solecismos y cagadas idiomáticas pudieran estar prefabricadas, engrasadas y puestas a punto para distraer del hecho brutal de sí mismo. Pero parece muy difícil que el equipo que le escribe los discursos sea capaz de escribirle esos paréntesis geniales que aplauden los periodistas y que tanto nos divierten a los españoles. Frase a frase, Mariano está creando y perfeccionando un novedoso género literario que mezcla la greguería con el esguince de paladar y la paradoja con la pedorreta. En nuestro idioma no se veía nada igual desde la aparición estelar de Chiquito de la Calzada.
El último hallazgo semántico presidencial ("somos sentimientos y tenemos seres humanos") es un cortocircuito léxico provocado por la congoja de haber sido declarado persona non grata en Pontevedra. Nadie es profeta en su tierra; primero sobrevoló una hostia que le tiró abajo las gafas y ahora aterriza una elegante bofetada diplomática. A Mariano le ha dolido más la segunda que la primera, quizá porque la primera vino exclusivamente del ámbito familiar mientras que la segunda procede del profesional.
No menos electrizante que la última marianada sentimental es la comparativa que sugirió a continuación, cuando especificó que era la única persona en la historia de Pontevedra que contaba con tal título de deshonor, que ni a Hitler ni a Stalin los habían declarado persona non grata. Es evidente que el nerviosismo le hizo patinar un poco más de la cuenta, porque ni Hitler ni Stalin pasaron alguna vez por Pontevedra, aunque el primero no sería por falta de ganas. Además usaban bigote mientras que él gasta barba. Con todo, la idea de un Hitler gallego o de Stalin presidiendo un congreso del PCUS en Pontevedra da para otro mundo paralelo.
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