Yo, tan poco talibán en cuestiones de gramática, siempre me he negado a aceptar talibán en lugar de talibanes, como singular y plural de una misma tacada. No sólo porque la ausencia de sufijo atenta contra la lógica del castellano, sino porque la idea de un concepto colectivo que englobara a todos los talibanes, así en general, los absolvería de conciencia, de alma, y los apartaría de la familia humana. Al decir "los talibán esto o lo otro"da la impresión de que actuaran en conjunto, como si ni uno solo pudiera pensar por su cuenta y todos juntos formasen un hormiguero o una colmena. En términos estratégicos, geopolíticos y militares, se trata precisamente de eso, por supuesto: demonizar al adversario hasta que se le arranca la cara. Durante la breve temporada que encarnaron al archienemigo de turno de los EE UU, los talibanes fueron una cuadrilla de drones barbudos, algo así como el ejército de Pancho Villa pasado por la lectura radical del Corán y sintonizados con La Kaaba.
En cierto modo y con la excusa del derribo de las Torres Gemelas, los talibanes corporizaban la enésima versión de los cheyennes y arapahoes que masacraron al general Custer en la batalla de Little Big Horn. A los militares estadounidenses, descendientes de los santos colonos del Mayflower, siempre les ha chiflado llevar su misión civilizadora envuelta en fuego y plomo. En su magistral Diccionario del Diablo, en la entrada correspondiente a "aborígenes", Ambrose Bierce ofreció una magnífica descripción del subconsciente yanqui en tiempos del genocidio indio: "Seres desconsiderados que se oponen al avance de la civilización. Una vez conquistados, dejan de molestar: fertilizan".
La cínica definición de Bierce conoció una actualización en La chaqueta metálica, de Stanley Kubrick, cuando el coronel Poge le preguntaba al soldado Bufón por el símbolo de paz que llevaba pintado en el casco: "Hijo, lo único que le pido a mis marines es que obedezcan mis órdenes como si fuesen la palabra de Dios. Estamos aquí, ayudando a los vietnamitas, porque dentro de cada amarillo hay un americano luchando por salir. Este es un mundo muy cabrón. Y hay que mantener la cabeza fría hasta que esa manía de la paz se deshinche". La diferencia, claro está, es que entonces los yanquis limitaban sus operaciones de limpieza étnica al territorio estadounidense, mientras que después la extendieron a Sudamérica, África, Oriente Medio y Extremo Oriente. Con su característica y literal ceguera política, Borges advirtió en un relato que el problema de los EE UU es que no se decidían a convertirse en imperio.
Ocurrió, sin embargo, que después de los talibanes llegó otro enemigo, un enjambre terrorista aun más despersonalizado que ellos, tanto que ni siquiera merecía un sustantivo genérico, sino uno o dos acrónimos: ISIS o Daesh. De manera que, cuando este fin de semana ha llegado la noticia de que los talibanes han derrotado al ISIS en el norte de Afganistán, la impresión del lector desprevenido es más o menos similar al choque que sufrimos con aquellas películas en las que la Momia se enfrentaba a Frankenstein, los zombis a los vampiros, o los Aliens a los Predators. ¿Cuáles eran los buenos? Vete a saber, pero los propios talibanes repiten la ensalada semántica estadounidense en su comunicado, cuando se refieren a su enemigo como "el fenómeno maligno conocido como Daesh".
La historia se puede leer de delante para atrás como una eterna guerra entre buenos y malos, y también como un novelón donde los malos acaban desplazados por los peores. En Rambo 3 (con la puta manía hispánica de cambiarle el título a las películas, nunca estaré seguro de si es la segunda, la tercera o la cuarta), John Rambo peleaba en Afganistán contra el imperio soviético aliándose con los muyahidines, y lo hacía con tanto realismo que Bin Laden estaba a punto de salir de secundario. Un viejo amigo de la facultad pasaba las nocheviejas metiéndose toda la franquicia de Rambo entre pecho y espalda, y cuando algunos le reprochábamos el maniqueísmo elemental de ese cine él replicaba con una lucidez que anticipaba a Trump: "Con Rambo las cosas están muy claras. O eres Rambo o eres chino. Y si eres chino, viene Rambo y te mata".
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