Que la política y el arte casi siempre han estado a la gresca es algo que uno puede contemplar apenas se da una vuelta por el Museo del Prado y contempla ciertos retratos de aristócratas de Velázquez o Goya. Se ve en seguida, al primer vistazo, que a Velázquez le parecía mucho más interesante el caballo que el Conde-Duque de Olivares, hasta el punto de que el culo del animal ocupa bastante más lienzo que la cabeza del gobernante. En cuanto a La familia de Carlos IV prefigura los documentales de la 2 sobre búhos, lechuzas y mochuelos, aves nocturnas por las que Goya sentía predilección y que pintó en diversos aguafuertes. Ahora bien, habría que matizar que una cosa es el arte que esconde o presenta una carga política y otra cosa la crítica política que pretende pasar por arte.
Santiago Sierra es un experto en enmarañar ambos conceptos de manera que en sus insatalaciones se vuelve complicado distinguir uno de otro. Con el título de "Presos políticos", el año pasado presentó una serie de retratos pixelados de dirigentes catalanes, activistas del 15-M y jóvenes procesados por la agresión a unos guardias civiles en Alsasua: la polémica fue de tal magnitud que este año se ha visto obligado a repetirla. Lo ha hecho, junto al artista Ignacio Merino, mediante una figura de cera de cuatro metros del rey Felipe VI cuyo título, "Ninot", explicita la obligación que tiene el comprador de quemarla antes de que transcurra un año. Este incendio posterior no sólo forma parte de la obra en cuestión sino que le proporciona todo su sentido, puesto que si el comprador lo realiza en territorio nacional se estará arriesgando a una pena de varios meses de cárcel por un delito tipificado en el artículo 543 del Código Penal.
Sierra se quejó en su día de que la retirada de la pieza le parecía un insulto a la inteligencia del público, aunque algunos críticos de arte contemporáneo replicaron que la pieza en sí misma ya era suficiente insulto. Por lo demás, tanto "Ninot" como "Presos políticos", con sus ingenuos simbolismos, palidecen al lado del juicio a los políticos del procés que lleva varias semanas celebrándose y que está adquiriendo el rango de una obra de teatro del absurdo estrictamente interminable o de un happening demasiado largo. Desde las peticiones de 25 años de cárcel, como si fuesen asesinos de ETA, a las preguntas sobre pegatinas a favor de la independencia en vehículos de la Guardia Civil, el juicio entero está resultando un homenaje involuntario a Beckett, a Arrabal y a Ionesco.
Uno de los momentos más divertidos tuvo lugar el martes, cuando los dos abogados de Vox se quedaron sin entrar por llegar tarde, seguramente por culpa de los dos kilos de gomina que se echa cada uno en el pelo. Bien mirado, hay más arte en esas dos marquesinas de peluquería -por no hablar de las preguntas de los fiscales y las respuestas de los acusados- que en todas las chorradas conceptuales de Santiago Sierra. De momento, el espectáculo no está a la venta porque no tiene precio.
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