Hay muchos candidatos, pero es difícil encontrar un libro más equivocado y grotesco que El fin de la Historia y el último hombre, de Francis Fukuyama, pernicioso planfeto que anunciaba la liquidación de las luchas ideológicas, el final de las guerras y la obsolescencia de las revoluciones. Con una ceguera digna de vender cupones, Fukuyama aseguraba que Estados Unidos era la única encarnación posible de la utopía marxista: nada menos que una sociedad sin clases. Publicado en 1992, había que ser sordo también para no oír, aparte de las matanzas que ensangrentaban buena parte de África, Asia y Sudamérica, el estruendo genocida de la guerra de los Balcanes.
La primera certeza que tuve de que el progreso no sólo avanza en círculos sino que a veces retrocede tres o cuatro siglos en cuestión de meses fue en 1989, poco antes de que Fukuyama publicara la primera versión reducida de su rollo de papel higiénico. Aquel día nos despertamos con la noticia de que habíamos vuelto a la Edad Media gracias a la fatwa pronunciada contra el escritor Salman Rushdie por el imán Jomeini a causa de un supuesto delito de blasfemia contenida en varios capítulos de su novela Los versos satánicos. Por pura casualidad, yo acababa de descubrir a Rushdie tras la lectura portentosa de Hijos de la medianoche, y de pronto me encontraba con sesudos debates en televisión sobre si el pecado de Rushdie había sido herejía o apostasía.
Treinta años después nos encontramos a las puertas de una nueva edad oscura en la que grupos de iluminados afirman que la Tierra es plana, contradiciendo todas las evidencias de la Física, la Cartografía y la Cosmología. No es, por desgracia, el único descubrimiento científico puesto en entredicho, ya que hace décadas que la Teoría de la Evolución de Darwin, quizá el mayor logro de la inteligencia humana, sufre embates y críticas retrógradas por parte de un escuadrón de creacionistas escudados detrás de un montón argumentos pseudocientíficos atornillados en una ridícula cacharrería intelectual denominada Diseño Inteligente.
Hemos visto cómo la mentira, la paparrucha y el fraude usurpaban el lugar de la verdad en tantas ocasiones que ni siquiera nos inmutamos cuando la bautizaron con un neologismo: la posverdad. El momento glorioso de la posverdad llegó cuando la consejera de gobierno, Kellyanne Conway, afirmó que no había forma de medir la multitud que había asistido a la toma de posesión de Trump y que, por lo tanto, la fenomenal trola eructada por el presidente era un "hecho alternativo", de la misma categoría que la Tierra plana o el Diseño Inteligente.
Sin embargo, la estupidez humana, como profetizó Einstein, no conoce límites y últimamente hemos asistido a un inesperado auge del movimiento antivacunas con las fiestas del sarampión, donde niños enfermos comparten alimentos y bebidas con otros niños sanos para que se contagien y que la enfermedad se extienda a sus anchas. Creía que, después de Auschwitz y Treblinka, estábamos vacunados contra la peor plaga conocida por el género humano, el fascismo, pero no hay más que ver el espléndido repunte de esta ideología asesina a través de medio mundo, Brasil, Estados Unidos y Europa. Los herederos de Hitler se presentan a las elecciones del domingo sin el menor recato, esgrimiendo el machismo, el fascismo y la xenofobia de bandera, como en su día hicieron Trump, Salvini o Bolsonaro. Ustedes verán lo que votan. O lo que dejan de votar.
Comentarios
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