Un viejo dicho asegura que cuando descubres una cucaracha bailando en el suelo de la cocina significa que por lo menos tienes cien cucarachas atrincheradas por ahí, en los escondrijos y rodapiés de la casa. Se trata de una creencia sin demasiada validez científica, igual que la historia ésa de que los posos del café sirven para desatascar las tuberías, pero conviene hacer caso por lo que pueda pasar. En Bilbao, dos apoderados de Unidas Podemos descubrieron a una monja de la residencia La Misericordia cambiando las papeletas de las ancianas a las que ayudaba a votar: una le pidió una papeleta del PNV y otra del PSOE, pero la religiosa tuvo un rapto de inspiración evangélica y corrigió la doble equivocación con sendos votos para el PP. A Dios lo que es de Dios y lo del César, también se lo dais a Dios.
Lo de secuestrar el voto a los ancianos de las residencias es una prerrogativa católica que merecería un especial de prestidigitación de Juan Tamariz o un análisis exhaustivo en La nave del misterio. Porque es en la larga mano de las monjitas donde comienza el misterioso fenómeno del trasvase de votos que tantos politólogos achacan a la indignación contra el independentismo, al rencor contra los inmigrantes, a la indecisión mal llevada o al cubata de sobra a última hora. Lo más lógico es pensar que el hundimiento -anunciado desde hace meses- del PP, con la pérdida de más de setenta diputados, se corresponde con una espectacular afluencia de votos hacia Ciudadanos y Vox: vete a saber si a las monjas no se les ha ido la mano de la derecha a la pared. Así funcionan estas cosas, se empieza por el trasvase de tránsfugas en los partidos y se acaba por el trasvase de escaños en el Congreso. Con casi la mitad de diputados perdidos al otro lado de la bancada, el PP parece haber sido víctima de un plan hidrológico nacional.
Pero no únicamente es culpa de Ciudadanos y Vox. Tampoco hay que olvidar el eficaz trabajo de autodemolición que Casado ha hecho dentro de su propio partido: un auténtico harakiri que empezó desde su designación en lugar de Soraya Sáenz de Santamaría, siguió con sus guiños a la extrema derecha y terminó ofreciendo sillas de gobierno a precio de saldo. Ser el muñeco de ventrílocuo de Aznar no ha sido muy buena idea, como tampoco lo ha sido montar el Tridente Catacrocker en una alianza de cuñados para desajolar a Pedro Sánchez del poder. Alguien debe de estar preguntándose en qué diablos estaba pensando el estratega cuando decidieron convocar elecciones. Creyeron que repartiéndose entre tres opciones iban a sumar y les ha salido una resta: la legitimidad absoluta del gobierno socialista. La derrota total del facherío en España ha sido, además, la primera bofetada en la cara a Steve Bannon, el gran hechicero de la extrema derecha que asesoró a Bolsonaro y a Trump. Gracias, Vox.
El gran vencedor de la noche ha sido Pedro Sánchez, a quien tantos han dado por muerto en diversas ocasiones y que goza de una salud magnífica para ser un cadáver. Mientras Unidas Podemos se desploma con treinta escaños menos, aguantando contra las cuerdas como un boxeador grogui, Ciudadanos sube a costa de sus rivales naturales hasta el punto de echarle el aliento en el cogote a Casado. Raro sería que, a pesar de sus insultos contra el PSOE y su descarada deriva hacia la derecha, Albert no pegue otro de sus espectaculares volantazos y le ofrezca las dos manos a Sánchez, aunque no parece que el presidente vaya a tener necesidad de limpiarse las suyas. Cómo debían de estar las monjas anoche, para un día que trabajan.
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