Al paso que lleva, entre ausencias, deserciones y renuncias, el errejonismo se va centrando cada vez más en su única preocupación: limpiarse las gafas. Empezaron, mediante diversas argucias y bescansas, por intentar eliminar a Pablo Iglesias del núcleo irradiador, pero las bases y los afiliados se empeñaban en seguir viéndolo por el rabillo del ojo, igual que esas moscas molestas por las que el paciente termina acudiendo al oculista hasta que el oculista le explica que no, que no se trata de una mosca sino de Pablo Iglesias. Ya que la montaña con su Mahoma se empeñaba en seguir ahí y no quitarse para que pudiera ponerse él, Errejón decidió pirarse y fabricar otra montaña.
La montaña no le salió muy bien del todo, primero porque la hizo con un cubo y una pala a orillas del Manzanares, y segundo porque la aventura de Más Madrid intentaba básicamente fastidiar a Podemos a nivel local. Un objetivo plenamente conseguido al precio de acabar fastidiando de paso a muchos madrileños. Era difícil que el PP consiguiera recobrar oxígeno después de varias décadas de desmanes que dejaron la capital convertida en una cueva de ladrones, y no digamos ya con los dos candidatos a los que encomendó la misión de recobrar la alcaldía y afianzar la Comunidad. Sin embargo, entre el enésimo paracaidista del PSOE, un entrenador de baloncesto, y el oportuno berrinche de Errejón, fue cosa hecha.
Inmediatamente el fracaso se le subió a la cabeza y decidió fracasar a lo grande, sin pensarlo mucho, apostando por unas elecciones generales para las cuales el partido no estaba preparado ni rodado. De la noche a la mañana, Más Madrid se transformó en Más País, confiando en que sacarían al menos quince escaños para empezar a repartir juego, pero la hostia que se llevaron fue espectacular, amortiguada únicamente por la comparación con la catástrofe electoral de Ciudadanos. Ahora veremos cómo enfocan las siguientes citas autonómicas y municipales en tres territorios -País Vasco, Cataluña y Galicia- donde no tienen muchas posibilidades de organizar campañas y presentar candidatos plausibles, más allá de los títeres y marionetas que Errejón decida sacar de su caja de juguetes.
Errejón asegura que hay que repartir el poder y que no tiene por qué existir la figura del secretario general, un verdadero derroche de modestia en alguien que ha construido un proyecto político a imagen y semejanza propia. También podría decir, igual que aquel famoso profeta: "¿Humilde? ¿Que no soy humilde yo? ¡Soy el hombre más humilde del mundo!" Una vez que la semana pasada Manuela Carmena dejó claro que se desvinculaba de Más País y que el envite errejonista en Madrid fue un error mayúsculo, todo el protagonismo recae exclusivamente sobre sus hombros. No se entendía muy bien la historia de amor entre Errejón y Carmena, del mismo modo que no se entendía muy bien aquella película de Hal Ashby, Harold y Maude, en la que una septuagenaria inicia una relación con un adolescente obsesionado con el suicidio. Al final, en su ansia irreprimible de estrellato, la película que va a resumir la carrera de Errejón va a ser Solo en casa, aunque tiene toda la pinta de acabar no en el pellejo de Macauly Kulkin sino en el de Joe Pesci. Estrellato es la palabra clave.
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