Hay cosas a las que estamos demasiado acostumbrados como para cambiarles el nombre, aunque se lo hayamos cambiado y aunque las enciclopedias y diccionarios opten por la denominación oficial. Por mucho que nos empeñemos, el idioma marcha por su cuenta y por eso, ningún taxista te llevará al aeropuerto Adolfo Suárez porque Barajas es Barajas de toda la vida de Dios, del mismo modo que el rey emérito es el rey, aunque técnicamente ni sea emérito ni sea rey. Los extranjeros tienen que andarse con mucho ojo con estas peculiaridades españolas, porque al leer la noticia que salpicaba ayer algunos diarios españoles ("el rey Juan Carlos introducía fajos de billetes por Barajas a través de sus asesores en Suiza") algún extranjero despistado podría llegar a pensar que el jefe del Estado tenía la costumbre de utilizar a sus asesores como mulas con maletín en un pueblo de las cercanías de Madrid. Nada más lejos de la realidad y nada más cerca de la realeza.
En los últimos tiempos se ha desatado una campaña de desprestigio internacional contra el rey Juan Carlos que consiste en informar puntualmente de las actividades del rey Juan Carlos. La insistencia es alarmante puesto que la prensa española y los grandes partidos políticos nacionales llevan décadas manteniendo con el monarca la sabia actitud de los tres monos del budismo: no oigas noticias sobre el rey Juan Carlos, no leas noticias sobre el rey Juan Carlos, no hables del rey Juan Carlos. Por muchas razones, desde el blanco paquidermo del 23-F hasta las cacerías de Botsuana, el elefante es el animal totémico del rey: un mamífero majestuoso, de enormes orejotas y amenazadores colmillos, abatido de un disparo, con la cabeza cortada y colgada de trofeo en las paredes de un salón. La triste paradoja es que basta que te digan que no pienses en un elefante para que el elefante haga su aparición por uno de los pasillos de la mente, todo músculo y marfil, y no te lo quites de encima ni con aguarrás.
En España, entre los monos del budismo y el elefante monárquico habíamos mantenido bastante bien esa difícil tarea de no pensar, hasta que la fiscalía suiza, una barragana germánica y sesenta y tantos millones de dudoso origen han puesto en marcha algunas neuronas díscolas. No todas republicanas, también es verdad. Al rey Juan Carlos están intentando disociarlo de la corona, algo bastante difícil porque la llevó encima varias décadas y, aunque somos un país con memoria de pez, el olvido voluntario en este caso más bien merece una lobotomía general, un neuralizador como el de Men in Black sintonizado en todas las emisoras, televisiones y periódicos de la nación. Están en ello, pero aquí todavía queda gente con la puñetera costumbre de pensar. Es el problema de haber remendado la Constitución con la letra de una ranchera.
Los movimientos tectónicos de un depósito abierto en la sociedad panameña Lucum Fundation, que reflejan importes superiores a los cien mil euros mensuales, y las declaraciones grabadas por el ubicuo comisario Villarejo a Corinna Sayn Wittgenstein se corresponden en una serie de ecuaciones cuya suma da cero pelotero. "A veces va con cinco millones" dice Corinna. "El dinero está en Zarzuela. Allí tiene una máquina para contar billetes. Lo vi con mis propios ojos. No entiendo las operaciones que hacen. Peligrosísimas para tu familia, para tus amigos". En esto último tiene razón, ya que todos los que por una razón o por otra se han acercado al rey emérito -Mario Conde, los Albertos, Urdangarín, ella misma- no han acabado bien. Juan Carlos, en cambio, es asintomático, pero hay quienes piensan que sería mejor confinarlo una temporada. Mientras tanto, no hagamos como el elefante en la cacharrería, imitemos a los monos del budismo y confiemos en nuestra memoria de pez.
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