Hace cosa de tres años, Melania Trump hizo una breve gira por varios países del continente africano donde fue muy aplaudida por los diversos modelitos de alta costura con que iba asombrando a los lugareños. Salacot blanco en la cabeza, zapatos de leopardo, chaquetilla de cazador de leones, en fin, un desfile de moda colonialista que parecía sacado de una película de Tarzán. En lugar de Tarzán, la acompañaba King Kong versión pelirrojo, es decir, Donald Trump, quien sólo unos días antes se había referido a algunos de esos países africanos llamándolos "agujeros de mierda". Melania quería hacer un guiño a Meryl Streep en Memorias de África, pero le salió un homenaje a las plantaciones de esclavos del rey Leopoldo II de Bélgica. Es lo que pasa cuando te pones muy chic pero en realidad llevas encima los símbolos de un genocidio.
A Enrique Ponce le ocurrió algo muy parecido el otro día, cuando salió a torear a Las Ventas con un atuendo campero y una chaquetilla abotonada con monedas con la efigie de Franco. Algún gracioso se fijó, publicó la foto y le cayó encima la del pulpo, y eso que Enrique Ponce ni es rubia ni tampoco primera dama de los Estados Unidos. No entendía por qué le criticaban por ir enseñando por la plaza el careto del dictador más cenizo y sanguinario de la historia de España, si a él le gusta utilizar monedas antiguas y tiene otras chaquetillas con la jeta de Isabel II, de Alfonso XIII, del rey Juan Carlos y probablemente también del rey Leopoldo II de Bélgica.
Son ganas de darle vueltas a unas cuantas monedas de cincuenta pesetas sólo porque el sastre cometió la imprudencia de coserlas todas de cara, para que se viera bien el perfil papón del Caudillo. Claro que si las cosía de cruz le iba a dar lo mismo, porque se iba a ver la mierda del aguilucho. Es lo que ocurre con el franquismo, que no tiene vuelta de hoja, y si por un lado te salen los miles de muertos anónimos enterrados en las cunetas, por el otro te salen las comisarías manchadas de sangre, los niños robados y los huérfanos hambrientos. Tiene gracia que Enrique Ponce diga que el toro, un animal herbívoro, es una "máquina de matar", cuando la definición le cuadra mucho mejor a un torero, no digamos a Francisco Franco. Quizá en la próxima corrida podría llevar las monedas de canto.
"Yo no viví la época de Franco y no tengo nada que ver con esa etapa", declaró el matador, muy molesto porque se tomara su vestimenta como una declaración política en vísperas de las elecciones autonómicas más polémicas de los últimos tiempos. Sobre todo teniendo en cuenta que la derecha española en bloque no sólo se niega a condenar el franquismo sino que buena parte de ella lo reivindica en clave patriótica. Aunque cree que la monarquía borbónica y los gobiernos del PP siempre hacen lo mejor para España, Enrique Ponce no es de derechas ni de izquierdas: sólo diestro. Hay que reconocer que, en esto de lavarse las manos, sigue a rajatabla el sabio consejo de Franco: "Haga como yo, joven, no se meta en política". En cuanto al toro, no sabe, no contesta.
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