Muchos nos temíamos que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, iba a meterse en un jardín cuando le tocara el turno de comparecer por videoconferencia en el Congreso de los Diputados. En su gira internacional para recabar apoyos, Zelenski ha ido tocando diversos puntos sensibles de la historia de cada país: en el parlamento inglés evocó el célebre discurso patriótico de Churchill en 1940, cuando Gran Bretaña se quedó sola frente a la amenaza nazi; en Alemania, apeló a la caída del Muro de Berlín; en Francia hizo un llamamiento a la libertad, la igualdad y la fraternidad, la trilogía sagrada de la Revolución Francesa. En Estados Unidos, lógicamente, habló de Pearl Harbour, porque referirse a los golpes de estado y las intervenciones militares estadounidenses en Hispanoamérica, África y Asia hubiese estado feo. Zelenski se ciñó al guion porque, además de patriota, es un cómico del método.
En Europa, sin embargo, tuvo que andar con pies de plomo, porque el más mínimo resbalón en los conflictos continentales y te encuentras chapoteando en un charco de sangre. Ingleses y franceses, por ejemplo, o españoles y franceses, deben de haber montado más guerras que partidos de fútbol, mientras que a Felipe II, Napoleón o Bismarck, mejor no mencionarlos. El negocio de dividir la historia bélica entre buenos y malos no suele dar números enteros, porque las atrocidades de los tirios las contrarrestan las burradas de los troyanos, de modo que el maniqueísmo elemental no funciona, salvo en el caso del nazismo, que es la excepción que confirma la regla.
A nadie se le escapa que, en la Segunda Guerra Mundial, por muchas barbaridades que cometieran los soviéticos (Katyn), los británicos (Dresde), los japoneses (Nankín) o los estadounidenses (Hiroshima, Nagasaki), la palma se la llevan los nazis. Si alguna vez ha existido el mal absoluto encarnado en el mundo, ése fue el momento en que se decidió el exterminio sistemático de millones y millones de seres humanos, niños inclusive, bajo el dominio de la esvástica. Eso lo saben hasta los tontos, excepto los tontos que alzan el brazo haciendo el saludo nazi. Por cierto, más que saludar con tendenitis o que vestirse de SS, no hay nada más nazi que distinguir entre unos refugiados y otros fijándose en la religión, el color de la piel o el lugar de nacimiento.
En vista de esa unanimidad contra el nazismo, parecía que Zelenski y sus asesores no podían fallar cuando eligieron el bombardeo de Gernika -el día en que la aviación alemana bombardeó una población civil indefensa- para ilustrar el desamparo y el sufrimiento de los ciudadanos ucranianos bajo los bombardeos rusos. Se equivocaron, sin embargo, al no tener en cuenta que a Vox, a buena parte del PP y a otro montón de nostálgicos del franquismo la referencia a Gernika les iba a escocer un rato largo. La verdad es que muchos de ellos no están seguros de si el lienzo de Picasso hace alusión a una corrida de toros o a una indigestión después de comer en un restaurante vasco. Abascal dice que habría sido más acertado que Zelenski hablara de Paracuellos, "donde los predecesores de Putin ensayaron el genocidio", aunque también podría haber hablado de La Desbandá, la carretera de Málaga a Almería donde tuvo lugar una masacre de miles de civiles sin necesidad de tecnología alemana; del asesinato de Lorca; de los cuarenta años de dictadura; o de las docenas de miles de españoles que aún se pudren en las cunetas.
Esto le pasa a Zelenski por venir a buscar ayuda al único país de Europa donde el nazismo triunfó de pleno, en versión católica y folklórica, y se mantuvo durante cuatro décadas merced a la salvaguarda del amigo americano, el mismo amigo americano que lo ha empujado de boca a meterse en una guerra. En este punto hay que entender que el facherío patrio ande con el corazón partío entre los nazis del batallón Azov y los oligarcas nazis que apoyan a Putin. Abascal se ha puesto del lado de Ucrania olvidando los mensajes con que celebraba al mandamás del Kremlin y las fotos que sus colegas de la ultraderecha europea -Orban, Le Penn, Salvini- se han hecho a su lado, presumiendo de amiguete bestia. No ha tenido más remedio que sacarse de la manga que Putin es comunista, lo cual es casi tan absurdo como pensar que Abascal es legionario. Ahora alardea de que la mayoría de los políticos occidentales, al lado de Zelenski, son unos cagones que habrían salido corriendo en helicóptero, mientras que él sale clavado al héroe ucraniano: los dos se disfrazan de militronchos y los dos empezaron de cómicos.
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