Hacía un cuarto de siglo que la señora OTAN no se pasaba por Madrid y se veía que algunos la echaban mucho en falta. Tanto que no nos ha importado gastarnos cincuenta millones de euros en esta fiesta de banderas y estrellas que supone una cumbre militar de primer orden. Dicen que este despilfarro nos reportará un beneficio tremendo, algo así como la promesa de Aznar de que íbamos a forrarnos después de ayudar a destruir Irak. Hay que ver este dispendio como una inversión en publicidad para la capital, que gracias a estos días de compadreo entre los grandes del primer mundo se convertirá en un importante destino turístico y un centro donde hacer negocios. Seguro que al menos ya hay una excursión de suboficiales británicos preparada para visitar Las lanzas, de Velázquez, y otra de pilotos canadienses para hacer lo propio con el Guernica, de Picasso. En cuanto a los negocios, fijo que Madrid ya está en la agenda de los principales millonarios rusos. Lo mismo este verano tenemos un cónclave de misiles en la Castellana.
Había que demostrarle a Putin que no puede pisotear Ucrania impunemente y ningún sitio mejor que Madrid para cantarle las cuarenta, ya que Berlín le pilla demasiado cerca y Washington demasiado lejos. A fin de cuentas, la OTAN cuenta sus intervenciones militares por éxitos rotundos; no hay más que echar un vistazo a lo bien que les va a los iraquíes y a los libios después de sus bombardeos. En esos países, antes de que desembarcara el amigo americano, había un tirano sanguinario: ahora se cuentan por docenas. En cuanto a Afganistán, qué te voy a contar de la goleada de la OTAN el año pasado, tras devolver el país a la Edad Media y de que el ejército estadounidense saliera huyendo con el rabo entre las piernas para dejar Kabul en manos de unos neandertales barbudos. Joder, había que celebrarlo.
Por otra parte, el precio de la visita puede parecer elevado, pero hay que especificar que incluye la ansiada foto que Pedro Sánchez va a hacerse junto a Joe Biden. Ya se sabe que un presidente español que no tiene una foto codo a codo con el mandamás de los EEUU no es prácticamente nadie, de ahí que a Sánchez no lo tomen en serio ni la oposición, ni sus socios de gobierno, ni la prensa amiga, ni siquiera el chófer. Aparte del souvenir oficial en La Moncloa o donde sea, Biden y Sánchez deberían fotografiarse juntos en la noria del parque de atracciones, remando en una barca del Retiro y toreando al alimón una vaquilla en Las Ventas. Si se les junta el rey Felipe VI podrían disfrazarse de vaqueros y rodar un homenaje al tiroteo final de El bueno, el feo y el malo.
Lo más divertido de todo es que, durante cuatro días, la capital va a estar colapsada de comitivas, fuerzas de seguridad y zumbidos de helicópteros, lo cual será casi igual que haber celebrado unas Olimpíadas, sólo que de automovilismo, y además, mucho más baratas. Una lástima que la pandemia se haya reducido a un chiste de médicos, porque entonces toda esta gente tendría que reunirse en un grupo de guasap y discutir sus bombardeos y sus mierdas estratégicas a base de emoticonos, sin dar el coñazo a la gente. El teletrabajo sería una buena solución para los señores de la guerra, si no fuese porque trabajar, trabajan poco.
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