Punto de Fisión

Joaquín Leguina, Rosa Díez y el síndrome de Pat Garrett

Joaquín Leguina, Rosa Díez y el síndrome de Pat Garrett
El expresidete de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, y la exlíder de UPyD, Rosa Díez. Imágenes de Europa Press

Hay que reconocer que la directiva del PSOE tiene lo que se dice una santa paciencia a la hora de tolerar herejías, disidencias, charlotadas y salidas de patas de banco. Son unas tragaderas a juego con las de su electorado, que tragan lo que sea, desde la reentrada en la OTAN a la eterna promesa de derogar el concordato con la Santa Sede, pasando por la reconversión industrial y cualquier privatización que les caiga encima. Sin embargo, con Joaquín Leguina la paciencia se les acabó en el momento en que mostró su apoyo a la candidatura de Ayuso en las elecciones autonómicas de 2021.

Tampoco es que fuese una sorpresa, ya que el proceso de divorcio de Leguina con el partido venía de muy atrás, al menos desde 2014, año en el que expresó una crítica abierta a la corriente reformista liderada por Zapatero en un libro que lleva el elocuente título de Historia de un despropósito: Zapatero, el gran organizador de derrotas. No obstante, en unas declaraciones recientes, Leguina explica que el pliego de cargos contra él no cita explícitamente su apoyo a la candidatura de Ayuso, sino que se limita a recoger una frase que recuerda haber dicho en algún momento aunque no sabe exactamente cuál: "Mire, yo voy a tomar una cerveza casi todos los días a la Plaza de Cascorro y no he visto ningún fascista". Leguina sólo ve españoles, menos mal.

Es muy posible que en la deriva leguiniana hacia la derecha haya motivos personales ocultos, agravios injustificables en los que vio cómo su figura era apartada en beneficio de paracaidistas, advenedizos y entrenadores de baloncesto. Nunca se entenderá muy bien cómo el PSOE madrileño pudo desperdiciar la herencia de Tierno Galván en la alcaldía y de Leguina en la Comunidad para cederle el terreno al PP de Esperanza Aguirre durante más de dos décadas por un quítame allá un tamayazo. No había cuartel en esa lucha interna de codazos por los pasillos y puñaladas por la espalda y fui testigo de ello un lejano día de 2015 en que me tropecé con Jaime Lissaveztky en un estanco de la capital. Un amigo le preguntó qué opinaba de Antonio Miguel Carmona, el rival que finalmente se presentó en su lugar a la candidatura de la alcaldía madrileña, y Lissaveztky lo tildó de traidor y lo calificó con una barbaridad de ocho letras. Mi amigo le advirtió que yo era columnista de Público y él replicó que podía citarle sin problemas.

En esta larga confusión de zancadillas, la trayectoria reaccionaria de Leguina recuerda bastante la de Rosa Díez, aunque está muy lejos de su vehemencia y su incongruencia delirante. Fue la propia Díez quien renunció a la militancia en el partido en 2007, siete años después de que, contra todo pronóstico, un entonces casi desconocido José Luis Rodríguez Zapatero le arrebatara la Secretaría General del PSOE tras la dimisión de Joaquín Almunia. Desde entonces y especialmente desde la disolución de UPyD, Díez se ha escorado cada vez más hacia la derecha, hasta el punto de que sus exabruptos contra el Gobierno de coalición de Sánchez no tienen nada que envidiar a los de Abascal y sus mariachis.

Sin embargo, rencores personales aparte, lo que se muestra en estas órbitas de alejamiento no sólo es la nostalgia del sillón perdido sino la arteriosclerosis ideológica de un señor y una señora que se encuentran en las antípodas de los principios que defendían en su juventud. De la lucha antifranquista de uno y los ideales socialistas de otra no queda prácticamente nada, como puede comprobarse a través de la hemeroteca en diversas fotos y entrevistas en las que afirman sentirse encantados con las políticas del PP.

Es el síndrome de Pat Garrett, el camarada de atracos de Billy el Niño, que acabó poniéndose la estrella de sheriff para tender una emboscada a su viejo amigo y matarlo a balazos. Son incontables los dirigentes socialistas que han adoptado el mismo giro de guion -Solana, Boyer, Corcuera, García-Page, Solchaga, Redondo Jr., Lambán-, siguiendo el ejemplo del macho alfa de la manada, Felipe González, quien llegó a asegurar que el Chile de Pinochet era más respetuoso con los derechos humanos que la Venezuela de Maduro. Ahora bien, en el PSOE saben de sobra que, al lado de Felipe, Leguina no es más que un secundario cómico y que si les ocurriera intentar una maniobra parecida contra él, iban a tener que cerrar el negocio.

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